Pero antes de que pudiera terminar su pregunta, la Señora Clark la interrumpió, su tono ahora teñido de finalidad.
—En tres meses, todos los recursos estarán distribuidos en sus respectivos lugares. No os preocupéis por esto. —Sus ojos recorrieron la sala, desafiando a cualquiera a que la cuestionara más—. Y no olvidéis la Marca del Puño en vuestros brazos, existe por una razón, y solo una razón: para recordaros la causa. Para recordaros el precio del fracaso —añadió, su voz fría y ominosa.
Un pesado silencio siguió a sus palabras, el peso de su autoridad oprimiendo la sala. No había más lugar para el debate, no más preguntas que hacer. El destino de los Nueve Reinos estaba sellado con su decreto, y todos en esa sala lo sabían.