Mientras Kent se agachaba sobre la piedra, el nombre resonaba en su mente como una tormenta: «¡Jamba Zi… Jamba Zi… ¿Jamba… Zi?!» Sus ojos se abrieron de par en par con asombro. ¿Podría realmente ser ese Zi?
¿La familia Zi que él conocía a través del Maestro Tang, el hombre que le había enseñado el arte de la transformación del espíritu interior? Pero antes de que pudiera ordenar sus pensamientos, una voz resonó desde el otro lado.
—¿¡Qué demonios estás haciendo ahí afuera?! Quita esa piedra. Ven y sálvame. ¡Te daré toda la riqueza que desees! —El cautivo, Jamba Zi, gritó con un tono frustrado, su desesperación alcanzando picos.
Kent se estabilizó y respondió, su voz calmada pero seria:
—Anciano, ¿cuál es tu identidad?
Un pesado silencio llenó la cámara. Kent pudo sentir la duda de la otra persona, percibiendo que quienquiera que estuviera adentro no era un prisionero común.