Kent se arrodilló ante la figura radiante de la Diosa de la Vida, su voz cargada de emoción.
—Gracias… muchas gracias. La has traído de vuelta. Has levantado un peso que pensé que llevaría para siempre. Por favor, pregúntame cualquier cosa. Dime —¿qué puedo hacer por ti?
La sonrisa gentil de la diosa suavizó el aire a su alrededor, su luz dorada pulsando débilmente.
—Como dije antes, deja de actuar solamente con emociones. Considera esto un favor —un favor que podrás devolver en el futuro. Pero —su expresión se volvió seria, sus ojos perforando los suyos—, si no puedes cambiar tu camino de cultivo, no podrás ayudarme cuando llegue el momento.
Kent frunció el ceño, la confusión escrita en su rostro.
—¿Qué quieres decir? ¿Qué tiene de malo mi camino? Dime, y lo cambiaré, sin importar lo difícil que pueda ser. Incluso si está lleno de espinas, no dudaré en cruzarlo.
La sonrisa radiante de la diosa se desvaneció, reemplazada por una expresión solemne.