El noveno día en el Monte Meru fue simplemente una agonía para Kent. El dragón bebé, Sparky, yacía acurrucado en el suelo. Cada subida y bajada de su pequeño pecho parecía una ardua batalla. Sus párpados aleteaban débilmente, incapaces de mantenerse abiertos, como si cada pizca de vida se estuviera drenando de su diminuto cuerpo. Kent se arrodilló a su lado, con una profunda preocupación marcada en su rostro.
Mientras acariciaba suavemente la cabeza del dragón bebé, susurró: «Aguanta, Sparky. Hemos llegado demasiado lejos para que te rindas ahora».
Muy arriba, las nubes oscuras empezaron a reunirse de manera antinatural. Los cielos, antes serenos sobre el Monte Meru, se tornaron de un ominoso tono carmesí, extendiéndose como sangre derramada. Kent miró hacia arriba, entendiendo de inmediato la intención maliciosa detrás de la transformación.