La mañana siguiente, después de un día de descanso y contemplación, Kent ascendió las 9 colinas divinas, su mente aguda y resuelta. El imponente palacio del Dios de la Guerra se alzaba arriba, su estructura tallada en piedra celestial, brillando tenuemente con un aura de poder. Cada paso que daba Kent se sentía más pesado, no por esfuerzo físico, sino por el peso de su decisión.