—De todas las cosas atrevidas que Daemon esperaba que Zina WolfKnight hiciera, enviar un espía tras él no era una de ellas —dijo Darmon con sarcasmo—. A pesar de que descubrió que había algo mucho más profundo en juego, eso le divertía enormemente.
Y le enfurecía.
—Cuando todos habían estado viviendo sus vidas como si la madre de Daemon no hubiera prácticamente muerto de manera misteriosa, Darmon había pasado la mejor mitad de su vida investigándolo. No creía en la gran noción de monstruos, pero sabía que los hombres lobo eran capaces de degenerar en uno.
—Siempre era el corazón el que encerraba a los monstruos más grandes y temibles. Deseos, codicia y más codicia —continuó pensando Darmon.
—Así que, en lo que a Daemon respectaba, aquello que pudo haber matado a su madre y dejarle una marca en la espalda tal vez no fuera un monstruo ordinario. Podría ser un hombre lobo que había decidido cometer la máxima depravación —murmuró para sí.