—Tuviste razón, el Matriarcado mordió el anzuelo —anunció Shadow, las palabras sonando como un poema bien escrito en los oídos de Daemon.
Daemon se reclinó en su silla bien acolchada, pensando que sería la última vez que se sentaría en la silla de la tienda, lo que le hizo masajear sus ahora rígidos hombros.
La luna llena estaba viva esa noche, lo que significaba que su lobo rugía por ser libre. El impulso era particularmente más feroz y Daemon tenía la sensación de que tenía algo que ver con su inquietud anterior. La inquietud todavía persistía, pero estaba casi seguro de que la presencia de la luna llena le curaría de esa inquietud.
—¿Cómo estabas tan seguro de que el recluso Matriarcado saldría de las Montañas solo por ella? —preguntó Yaren, despojándose de su abrigo muy caro en preparación para transformarse, dejando su torso desnudo.
—No estaba seguro —dijo Daemon, finalmente levantándose de la silla—. Aposté a que serían ellos, o los monjes blancos.