ZINA

—Lo siento.

Tres palabras inesperadas que le sacaron a Zina las ganas de pelear.

—¿Por qué? —susurró ella, porque mientras miraba el caos a su alrededor, sentía que era ella la que debía estar arrepentida.

Había insistido tanto en saber qué era lo que Daemon sabía sobre ella. Siempre había sabido que había mucho más en ella desde aquella noche en que murió y de algún modo resucitó, y había visto en los ojos de Daemon que él tenía el conocimiento que a ella le faltaba.

Pero ahora, después de que su grito diezmara todos los cristales de la habitación, de repente no quería tener ni la menor idea de ese conocimiento que presionaba su espalda como algo terriblemente incómodo.

Daemon parecía otra vez frustrado consigo mismo, como si no supiera cómo convocar exactamente las palabras y forzarlas a salir de sus labios.

Se frotó una mano contra su rostro y los mechones de cabello que estaban desparramados a su alrededor.