—¿Qué? ¿No te gusta? Lo hice todo por mí misma. Sin ayuda de los guerreros ni de decoradores —dijo orgulloso, haciendo que pusiera morritos y luego asintiera con la cabeza.
—¡Sí! Quería celebrar mi cumpleaños otra vez. No dejaría que esos alfas decidieran nada por mí.
—Esto me encanta —dije, y eso le trajo una enorme sonrisa de consuelo a su rostro.
—Entonces, ¿vamos a comer tu pastel? —guiñó un ojo, y yo rodé los ojos por cómo siempre hacía que todo sonara tan sucio. Caminamos hasta la mesa, y él me retiró la silla como todo un caballero.
Pero seguí mirando alrededor preocupada. Estábamos en un espacio abierto, en lo profundo de los peligrosos bosques, con la noche sobre nosotros. Mi corazón estaba atemorizado hasta que sentí que él alcanzaba mi mano y la sostenía a través de la mesa.
—Oye, no te preocupes. Cuando estás conmigo, ningún monstruo puede acercarse —dijo, sin darse cuenta de lo mucho que significaba para mí.