—No llores si te haces daño en el proceso —dijo él, viéndose tan feliz, como si ya supiera que ganaría.
—No lo— Estaba a punto de confirmar que no lo haría cuando él se lanzó hacia mí. Tan pronto como agarró mi brazo, empecé a arañarlo.
Sé que eso no era parte del combate, pero había aprendido a defenderme con lo que pudiera.
—Si así quieres jugar —gruñó él, agarrando mis muñecas para detenerme y empujándome contra el árbol.
No me di cuenta de lo fácil que sería para él dominarme.
—Como no tenemos nada con qué retenerte, mantenerte quieta por un minuto debería funcionar igual —susurró en mi cara, inclinándose sobre mí mientras me mantenía presionada contra el árbol.
Nuestras miradas se encontraron por un breve momento, y se me ocurrió mi siguiente plan. Giré mi cara hacia un lado y le mordí tan fuerte el brazo izquierdo que juro que pude saborear su sangre.