Los últimos restos de luz solar se filtraban a través de las grandiosas ventanas con sus cortinas echadas hacia atrás. Era la suave luz del sol poniente. Se había ido el amarillo cegador, reemplazado por oscuros tonos de púrpura y oro.
Sonaba música, una melodía reconfortante que parecía obligar a una persona a cerrar los ojos, aunque fuera por un momento y respirar.
Ella miró a su alrededor. La tela verde y azul transparente era familiar. Se sentó y luego se puso de rodillas.
Se arrastró hasta el final de la cama y apartó la tela. Delante de ella había un espacio que le resultaba muy familiar.
La casa del árbol.
Pero Ashleigh no recordaba haber venido a la casa del árbol.
Se bajó de la cama y caminó hacia la enorme ventana donde podía ver la puesta de sol en el cielo.
Pero cuando llegó al vidrio, se encontró más confundida que nunca. Ashleigh conocía bien la vista ya que la había admirado innumerables veces.