—¡Aléjate de ella! —gritó la pequeña voz—. ¡Te dije que la dejaras en paz!
Los ojos de Alice se abrieron de golpe; ella miró hacia abajo en el espejo. Era Esteban.
—¡Apártate! —gritó él y le lanzó algo a Holden, quizá una piedra.
—No —susurró Alicia—, corre, Esteban. ¡A él no le importa que seas un niño!
—¡Apártate! —gritó otra voz.
—¡Deja en paz a ella! —dijo otro.
Alice se levantó de su lugar en el suelo mientras miraba fijamente en el espejo. Esos niños estaban luchando por ella, protegiéndola del monstruo al que había estado atada toda su vida.
Él los mataría.
Su corazón latía salvajemente, sus pensamientos acelerados. ¡Necesitaba hacer algo, necesitaba salvarlos de alguna manera! Pero no podía, estaba atrapada aquí.
Holden se giró hacia Esteban.
Todavía sostenía el pequeño cuchillo en su mano. Luego, limpió con una sonrisa la sangre de Alice en su manga.
—¡Déjalo en paz! —Alicia gritó hacia el espejo—. ¡Déjalo en paz!