Casi era mediodía cuando los herreros finalmente terminaron su tarea. Al momento que Sofia y Remi aseguraban el último cajón, los herreros se preparaban para irse.
—No quiero dejarte —susurró Remi, abrazándola fuertemente.
—Lo sé —ella susurró—. Me da miedo dejarte ir.
—También él me hace falta —replicó Remi, besando su mejilla.
Sofia asintió.
—Debemos mantener nuestras mentes enfocadas. No hay tiempo para la hesitación ahora. Los otros mensajeros deberían haber hecho sus entregas para mañana a más tardar. Con las tuyas, Ascua Ardiente habrá cumplido su obligación en esta guerra.
—Sí —él dijo—. Ahora yo me voy, y tú haz lo mismo. Sal de aquí antes de que llegue el peligro. Deja que esos bastardos encuentren solamente calles vacías.
Sofia sonrió, besando a Remi otra vez antes de empujarlo y regresar a su casa para cambiarse a sus ropas de viaje.
Ella las sacó de su armario y agarró su mochila, encontrando la bolsa de Soren empacada ordenadamente junto a la suya.