—El bebé, Mamá, estoy hablando de tu pequeño.
Las palabras resonaban en la mente de Alicia, su corazón se apretaba con fuerza y sus pensamientos parecían hacerse añicos.
—Debes tener cuidado de mantener a este a salvo... hasta que llegue el momento de que os conozcáis.
Era imposible respirar, el aire era demasiado tenue, y no podía introducirlo en sus pulmones. Su cuerpo estaba frío. Había presión a su alrededor. Su pecho se volvía más y más pesado. No podía respirar. Se estaba ahogando.
—...mi corazón latiendo con el tuyo...
Su voz la rodeaba. Su calidez la envolvía.
—Estoy aquí —susurró él—. Sólo tú y yo. Siempre estoy aquí.
El pánico y el miedo se disipaban lentamente. Alicia se dejó deslizar hacia su calidez. Y por un tiempo, se sintió segura.
Alicia abrió los ojos a la oscuridad. Tomó profundas respiraciones mientras escuchaba el eco de su propio sollozo.
Era una oscuridad total, desprovista de cualquier luz o color.
Se tragó, una inquietud asentándose en su corazón.