Axel caminaba por el pasillo del hospital. Al pasar, sonreía a la gente, aunque se sentía cansado con cada paso.
—¡Axel! —Bell lo llamó desde atrás.
Se dio la vuelta para verla sonriendo alegremente.
—Oye —empezó ella—, llegas justo a tiempo. Me acaban de decir que Alicia está despierta y alerta.
—¿De verdad? —preguntó él, su sonrisa se ensanchaba.
—Todavía no la he visto —continuó Bell—. Estaba terminando un informe. Adelántate tú. Yo estaré allí en unos minutos.
Axel asintió y se apresuró por el pasillo. Bell sonrió. Hacía mucho que no veía tanta alegría en su rostro.
Se apuró hacia la habitación de ella; su corazón estaba casi estallando de alegría por verla. Pero conforme se acercaba, sintió algo extraño. Un peso en su pecho, un miedo repentino que se asentaba sobre él. Un pánico incontrolado y debilitante que estaba abrumando sus sentidos.
Axel sentía como si no pudiera respirar. Se detuvo y se agarró del pecho justo fuera de la habitación.