Muerte de Rodillas

Eve Hades seguía de rodillas. Pero su respiración se entrecortó, apenas—suficiente.

No me detuve.

No pude.

—Estaba embarazada —susurré—. Cuando la ataqué... cuando la bestia dentro de mí ni siquiera se detuvo a mirar, a pensar, a ver.

Elliot se movió contra mi pecho, pequeño y cálido y confiado. Y lo hizo peor.

Mucho peor.

—Ahora lo recuerdo —me ahogué—. Ella gritó. Trató de proteger su vientre. Eso fue lo último que hizo. Y yo...

Cerré los ojos fuertemente. Pero las lágrimas seguían cayendo.

—La maté. Lo dejé sin madre.

Mis hombros temblaban, pero no me detuve. Mi voz se estaba deshilachando, desmoronándose como hilo viejo.

—Él se ve igual que ella cuando duerme —pasé la mano por los rizos de Elliot, el dolor brotando fresco y crudo—. La misma nariz. Las mismas pestañas. El mismo silencio. Recuerdo cada detalle de Danielle, puedo imaginar su risa. Y cada vez que lo miro, Hades...

Levanté los ojos de nuevo.

...Veo lo que te quité.