Persuasión

Eve

Caín no se movió.

No parpadeó.

Ni siquiera respiró.

Pero por primera vez desde que entró en la habitación, se veía... aturdido. No impresionado. No divertido. Solo aturdido.

Bien.

Porque no había terminado.

—¿De verdad pensaste que esa era tu carta de triunfo? —escupí, mi aliento caliente contra su mejilla—. ¿Que alargar la muerte de Jules como un espectáculo de marionetas enfermo de alguna manera retorcería el cuchillo lo suficiente como para hacerme dar la vuelta?

Solté sus solapas, lo empujé hacia atrás, con la suficiente fuerza para que tambaleara un paso.

—Elegiste el cadáver equivocado, Stravos —solté—. Porque eso —señalé con un dedo hacia él, temblando de rabia— fue la estupidez más grande que jamás has intentado. Y te he escuchado hablar antes.

Su expresión se tensó. Apenas un poco. Suficiente.