Eve
Un hombre emergió de la sombra del pasillo—alto, cabello de medianoche barrido hacia atrás en mechones afilados y deliberados, del mismo oscuro que el de Hades. Pero la semejanza terminaba ahí.
Porque donde Hades era fuego forjado en control, este era hielo mezclado con veneno.
Su traje estaba impecable, azul marino profundo contra la piel del color de ónix pulido, pero el cuello lo suficientemente abierto como para revelar las puntas rizadas de tatuajes—arcanos, intrincados—serpenteando desde abajo como algo vivo.
Las líneas de tinta en su rostro no hacían nada para distraer de la insidiosa aura que su rostro exudaba.
Sus pasos eran silenciosos sobre el concreto.
Pero yo los oí.
Los sentí.
Como una campana de advertencia bajo mi piel.
—¿Qué demonios es esto? —solté, mi voz baja y quebradiza. Mi columna se enderezó a pesar del pulso que golpeaba en mi garganta—. ¿Por qué está él aquí?
Caín no respondió.
No necesitaba hacerlo.