CAPÍTULO 2

Era uno de esos días en los que la neblina cegaba, dejando manchas rojizas y escamosas sobre la piel. 

 —Quiero disculparme. No debí hablar de esa manera. Lo siento. 

Un hombre, en cuclillas, restregaba su ropa sobre las piedras de uno de los ríos más cercanos al campamento: el Torvano. Sus aguas se acercaban por la parte trasera de las tiendas construidas alrededor de la fogata y al otro lado de este, un sinnúmero de árboles mecían sus copas al viento. Eran meses cálidos, por lo que, sus aguas estaban algo sucias y reducidas. Él debía bordear los 25 años y tenía algo de fanfarrón que molestaba mis ánimos. Todos anhelaban su cutis en la que el sol casi no había podido dejar sus huellas. 

—Él te obligó, ¿no? No es una disculpa sincera.

Sumergía la ropa con cierta brusquedad y se encorvaba para poder lavarla por completo. El trino de los pájaros nos acompañaba. 

—No es así. Estoy siendo sincera. 

—No eres alguien de fiar. 

Aguardé un momento, escuchando el débil murmullo del río.

—Esto demuestra mi profundo arrepentimiento. Por favor acéptalo. —Extendí mis manos para que recibiera un atado de galletas que había preparado a escondidas en la cocina. 

No se movió. Entonces, coloqué las galletas junto a la ropa que estaba lista para ser extendida sobre las ramas secas de aquellos árboles sin follaje. Él, impaciente, cesó sus actividades y se enderezó de aquella posición que consideraba incómoda. 

 —¡Deja de molestarme! —pensando un momento dijo—. Más tarde te diré si acepto tu disculpa.

 —No es tan complicado, puedes decidirlo ahora. 

En la orilla del río empezó a golpear la ropa contra las piedras blancas, salpicando grandes gotas. El viento azotaba los cañaverales y sus hojas se inclinaban para movilizar la neblina que las envolvía.

—Me estás mojando —dije irritada. 

—Lo siento. Se lava así. 

—¡Veo que eres un sucio campesino! —increpé enojada.

Esta vez, se levantó airado. Sus ojos se empequeñecieron y las comisuras de sus labios se contraían.

—Su alteza, no es de buen gusto que hable a mis espaldas y que diga que no me tolera. Si me escuchara su padre estaría muy decepcionado de la poca educación que le ha quedado de esas grandes universidades —respondió en tono burlón. 

—Si me trataras con más amabilidad yo no tendría que comentarles a los demás tu actitud hostil. 

 —Dispénseme su alteza... Creo que no escuché muy bien sus disculpas —. Hizo una reverencia. 

 —¡No volveré a disculparme! 

 —¿Piensas que por ser de la realeza puedes despreciarme? —Una de sus manos sujetaba mi brazo—. Aquí no eres nadie, ni tampoco hay coronas. Pronto terminarás traicionándonos. Nos entregarás con los perros de tu padre. ¿Me equivoco?

—Me quedé aquí porque me compadecí de ustedes y sus familias. De que todo sea tan injusto. Yo no soy como él. —Aparté su mano con fuerza.

 —Eres como tu padre. Nuestro líder puede creerte pero yo no. —Tomó el atado de galletas y lo estrelló contra el piso—. No aceptaré tus disculpas. Lo mejor que puedes hacer es largarte. 

Desde mi primer día en el campamento tuve disputas con Jin. De hecho, la primera noche fue muy desagradable escucharlo cuando todos ellos me rodeaban, intimidándome. Si mis acciones eran amigables recibía un desplante o palabras llenas de cardos espinosos. Cansada de luchar contra algo inútil, decidí que no volvería a cruzarme por su delante. Así evitaríamos confrontarnos y causar malestar. 

☆ ☆ ☆

Desde afuera, las voces entremezcladas se perpetraban en el vaivén de la noche. Unas eran mucho más gruesas y parecían demandar un silencio más prolongado que otras. Cuando entré a la salita todos discutían como en una asamblea sin orden. 

—Ella es nuestro verdadero problema. Tiene que irse —una voz me paralizó al intentar buscar asiento en medio de aquel barullo. 

La luz era escasa y su mano apesadumbrada no alcanzaba a pintar los rostros de todos. 

—Tiene que irse. De seguro está colaborando con el ejército real —gritó otra voz desde el fondo en donde solo se encontraban los muebles más envejecidos. 

Él buscaba la manera de que guarden silencio. Quería tomar la palabra. Era imposible, por más que movía sus manos, los hombres poseídos por la incertidumbre hablaban para reprimir su miedo. 

—No podemos seguir así. Por ella nos van a encontrar. O se va o la usamos como rehén. Solo así retrocederá el ejército de su padre —dijo nuevamente la voz inicial. 

Recliné mi espalda en una de las paredes del fondo y recogí mis piernas para evitar que mi presencia sea perceptible en medio de las sombras. Aquella voz me era cercana y conflictiva. Llevaba una camisa holgada, un pantalón desgastado en sus bordes y un chaleco café abierto. Era Jin. No podía esperar sus flechas venenosas viniendo de otra persona. 

 —No se impacienten. Tenemos que calmarnos, así podremos hablar mejor —dijo, por fin, Jungkook bajando sus manos.

Los gritos y lamentos cesaron. La salita quedó en silencio bajo la luz de unas cuentas velas a punto de apagarse. Algunos acomodaron la posición de su espalda en la pared al no haber alcanzado a tomar asiento. Otros, ubicados sobre muebles viejos y troncos improvisados se quedaron inmóviles. 

—¿Por qué vinieron aquí? —preguntó su líder.

Los inundaba el silencio de la noche. 

—¿Por qué vinieron aquí? —repitió—¡respondan!

—Porque queremos libertad —dijo Jin con altanería. 

—¿Y no saben que esa libertad tendrá un precio? —Tomó una bocanada de aire—. El Rey nunca estará de nuestro lado pero eso no es motivo para acobardarse. Lo más importante, ahora, es que todos pensemos en esa libertad y por ella lucharemos hasta el fin. Nos hemos preparado para este momento y lo afrontaremos. Aunque nos aniquilen, no vamos a dar ni un paso atrás. ¿O dejarán a su pueblo adolorido y esclavizado?

Aplausos entusiastas hicieron su efecto en las pequeñas mechas de las velas que se exasperaban y deseaban brillar más. 

—La solución definitiva —Jin se levantó e interrumpió la intensidad de los aplausos— es que mandes a esa mujer. Así nos sentiremos más seguros. Se han extendido rumores de que ellos podrían estar más cerca. Puedo asegurar que ella los está guiando.

—No se hará nada que atente contra la vida de los que estamos en el campamento. Entiendan que debemos estar unidos y ella ha demostrado ser leal a nosotros. 

—Jin tiene razón... ¡la mujer tiene que irse! —exclamó otra voz agitada. 

La asamblea se dividió. Vociferaban los que querían echarme como un animal, a mi suerte, en el bosque y gritaban los que creían que había que pensar las cosas con más sentido, sobre todo, por la subsistencia del campamento. 

—¡No! Si dejamos que se vaya los buscará y les dirá dónde estamos. Es preferible que la encerremos algunos días hasta que termine esto. 

—Estoy de acuerdo. Si nadie la ve no tendremos problemas. 

Jungkook golpeó la mesa en la que antes había reclinado su cabeza, sostenida por sus dos manos. Silencio sepulcral. 

—¡No volveré a decirlo! —dijo con énfasis—. No haré nada que atente contra la vida de ninguno de nosotros. 

Jin se acomodó en su asiento. 

—Si esa mujer sigue aquí atentarás contra la vida de todos nosotros. Esto es cuestión de lógica. Si su padre la encuentra en el campamento, jamás nos perdonará. 

—Creo que moriremos todos —dijo Rasumikhine con despecho. 

Antes de que la asamblea vuelva a su murmullo inicial Jungkook aclaró: 

—Ella no irá al combate. Me aseguraré de que nadie la vea.

—¿Arriesgarás todo por esa mujer? 

—Estamos preparados. Si salimos victoriosos será nuestro último combate. Si fallamos tendremos que volver desde el principio —dijo Jungkook. 

—¿Desde el principio? Si fallamos solo quedarán nuestros huesos esparcidos para que se los coman los buitres.

—Yo no voy a morir por estúpidas decisiones. —Otra vez, Jin se incorporó desde su viejo tronco—. Desde ahora… ya no eres mi líder.

Las chispas brillaron en los ojos de ambos. El hombre detrás de la mesa rústica también se irguió y con tono imponente contestó:

—Es tu decisión. Puedes marcharte ahora mismo del campamento. No voy a obligar a nadie que se quede. 

Y como un zumbido de abejas lejano que luego se acerca cada vez más a la colmena, se escuchaban voces entrecortadas y otras asombradas. Me estremecí en mi rincón. Quise huir.

—Jin no puede irse. Es uno de los hombres más valientes que tenemos. Si él se va, también me iré —reclamó una voz.

—No puedes tomar una decisión por ti solo, ¡eres como el Rey, un tirano!

—¡No puedes seguir siendo nuestro líder! ¡No!

Numerosas manos llegaban a rozar su mesa. Él estupefacto pedía silencio. La luz de las velas bailaba hasta el punto de parecer apagarse, dejando su última chispa en la mecha. En las paredes se proyectaban sombras tenebrosas listas para enfrentarse. 

—¡Miserables! —grité.

Sus rostros sudorosos vieron que una mis manos sujetaba una pequeña vela. Por un momento contuvieron su respiración. 

—¡Son unos miserables! ¡Unos cobardes! Quieren que me vaya y se olvidan que me trajeron aquí por la fuerza. Pero si eso desean, me iré. Es mejor ser devorada por animales que seguir aquí con ustedes —. Aspiré—. Cobardes, si viene la guerra y los encuentra desunidos, más pronto serán vencidos. Ellos nos quieren divididos y atemorizados. Acaso creían que tomarían el palacio y reinarían para siempre. ¿A qué le temen? Díganme. ¿Quieren libertad o poder? —mi voz vibraba con vehemencia—. Yo no huiré. Me quedaré, hasta el final, aunque tenga que recoger los cadáveres de todos ustedes. 

La emoción se apoderó de unos y otros se mostraron como piedras impenetrables. 

—¿Cobardes? Yo no le creo nada. Quiere que caigamos, nos entregará a su padre —dijo Jin caminando hacia el centro.

—Debemos cambiar de líder. ¡Debemos cambiar de líder! —se alzaba un coro de voces. 

—Si está cegado por las palabras de esta mujer, por el bien de todos, debes dejar tu puesto —juzgó Jin.

Luego se acercó. Sus pasos sonaban cortos pero firmes hacia la mesa en la que libros apilados habían nutrido de lecturas a su líder. Sus miradas ardían y sus pensamientos supongo que eran ciudades sitiadas. 

—Si estás de acuerdo... mañana mismo nombraremos a alguien que pueda estar al frente. Será… momentáneo, hasta que tengas ideas claras. 

Él no hizo ni el más mínimo gesto. Dirigió sus pasos hacia él con puños rígidos colgando de sus muñecas. Sus alientos se toparon por un momento. Salió de la sala por la puerta que había entrado cuando escuché sus desacuerdos. Los hombres se sintieron indignados y decidieron apagar las velas con sus alientos. Había voces por aquí y por allá, unas temblorosas y otras discretas. 

Jin se acercó a un hombre de cabello ensortijado. Le palmeó la espalda. 

—Mañana serás uno de los candidatos. 

☆ ☆ ☆

A la mañana siguiente, varios hombres armados se reunieron en el río. Tomaron agua en un cuenco y se la ofrecieron a un joven de cabellos negros, ojos profundos y que lucía una marca en su delgado cuello…