Hace meses atrás, mi alma sufría y estaba inquieta. Mi salud estaba muy quebrantada. Según los médicos, se trataba de una condición nerviosa. Mi padre se alarmó. Yo imaginaba que el reposo haría el efecto deseado, sin embargo, cada vez me sentía más intranquila. Después comprendí, que aunque estaba comprometida con Boris yo añoraba ser una fugitiva al lado de él. ¿Por qué cuando él me observaba me incomodaba y sentía que los más finos vellos de mi piel se encrespaban? ¿Era posible que me sintiera atraída por la presencia de un hombre en ropas raídas en vez de la de un duque con aroma a flores? Su primera huida fallida no lo hizo desistir. Le aseguré que urdiría una estrategia para que nadie lo sospechara. Fue así como una noche cálida de abril se alejó de los muros y enredaderas del castillo a veloz galope.
Lo esperé cerca del lago, a un lado de la fortaleza. Le llevé un caballo y provisiones para algunos días. El consejero Dunovan, uno de los hombres más cercanos a mi padre, había pactado con nosotros. Sus largos años por los pasillos, que solamente pisaba el Rey Vorgath y sus creencias sobre la necesidad de una reforma profunda en el reino, había ocasionado que sintiera afinidad por las ideas de aquel joven traído al palacio como el peor enemigo de Valtoria. El señor Dunovan fue útil para despistar al guardia de una de las puertas de emergencia de salida de la fortaleza.
—Adiós. En unos años, espero ya no sentirme como alguien hostil como lo soy para tu padre —se despidió.
—Debes cumplir tu promesa. Te alejarás por algún tiempo del reino, así mi padre no tendrá noticias de tí.
Acomodaba en los arneses del caballo las provisiones. Cuidaba de que las bolsas de cuero estuvieran bien sujetas a la piel oscura del animal.
—Jungkook...
La calma del lago de vez en cuando nos arrojaba algún vientecillo fresco que caía en la frente.
—Cumpliré la promesa, pero cuando subas al trono volveré. No puedo estar lejos de mi tierra como si fuera un desterrado —hizo una pausa—. Asegúrate de gobernar sabiamente.
Montó el poderoso animal.
—Esperaré el día en el que vuelvas. Lo esperaré con ansias —dije con tristeza.
Tomó las riendas, preparándose para el largo camino. Sintió que algo dejaba olvidado y se bajó del caballo.
—Eres valiente y una gran mujer. Resiste con fuerza —sus labios besaron mi frente húmeda por las brisas del lago—. Es un beso de fortaleza. Con él resistirás.
—Tú también resiste.
Antes de emprender más allá de las sombras añadió:
—Si después no vuelves a saber de mí, sé feliz y no cometas los mismos errores de tu padre.
Esa había sido como una última despedida para nosotros. Nunca imaginé que luego estaría en su campamento, un lugar lleno de cabañas improvisadas alrededor de un poco de leña lista para el fuego. Los vestidos elegantes, la buena comida, los paseos matutinos por el jardín pertenecían a mi pasado. En este lugar, las personas trabajaban sin descanso y se preparaban para lo inevitable: la guerra. Desde hace tiempo que había dejado de preocuparme por asuntos banales como la hora del té, baños de agua tibia, limpiar mis plantas o firmar tratados de comercio.
Algunos días, ni siquiera los baños estaban permitidos porque, además de nuestra condición de perseguidos que surtía su efecto en las poblaciones aledañas de jamás regalarnos algo de agua, si el río se secaba, este no aportaba ni lo suficiente para nuestro consumo. La comida era escasa y, a veces, teníamos que comerla desabrida o al punto de ya no ser digerible más que para los perros.
—Me duele mucho el estómago.
—Mañana iré al mercado y compraré una porción de pescado para tí.
—Es muy lejos... Además, ya no tenemos dinero.
—Debes alimentarte. Sé fuerte —. Me consolaba acariciando mi cabellera.
El frío penetraba la fibra más sensible y no me eran suficientes las pocas pieles que Jungkook dejaba de usar para que yo entrara en calor. Asimismo, detestaba que sus hombres creyeran que mis obligaciones consistían en lavar sus trastes o ropa y soportar sus vituperios por ser la única mujer del campamento.
Mientras los días corrían, yo tenía más miedo. Tenía miedo de que esto no resultara y me vea obligada a vivir como una bastarda lejos de mi familia. Mi padre debía seguir llorando mi muerte, buscando mi cuerpo con la esperanza de encontrarlo. Aunque, tres meses sin noticias mías debieron surtir su efecto: todos creerían que él acabó conmigo. Su rabia la estarían sintiendo sus esclavos, prisioneros y el pueblo a mano de sus verdugos. Estaría haciendo rituales a nuestros dioses para que ellos guíen su búsqueda pero que también acaben con su más grande enemigo. Si me encontraba con él me condenaría a vivir en la miseria y me maldeciría por la eternidad. Mi ofensa sería tomada como una traición, me exiliaría y moriría lejos de mi tierra. Él también sería aplastado por su ira, lo mataría de la peor forma. Sí, si mi elección era errada terminaría siendo la burla de todos por haber creído en sus ideas.
—Oye... ¿qué haces ahí sentada? Todos estamos preocupados y tú solamente ves la vida pasar.
—¿Qué? —balbuceé.
—¿Sabes que ya vienen…?
El hombre vestía una camisa blanca y un chaleco por encima de este. Andaba descalzo y llevaba sus botas, sujetándolas con sus dedos. De seguro, se había sumergido por lugares que son casi impenetrables por la asediosa vegetación y la terrible humedad que presentan. Llevaba una marca en el cuello, muy similar a las espinas.
—Dicen que han visto pasar caballos y hombres armados —dijo despacio y con voz grave como si alguien nos oyera.
—¿Dónde?
Hace dos meses, las aguas del Torvano, le habían ofrecido agua para su segundo bautizo: para guiarnos como un líder. Él había aceptado el encargo algo temeroso de las susceptibilidades de Jungkook.
—Allá... unas personas que viven junto al acantilado me han avisado —. Su dedo señaló en dirección al este.
Al iniciar el río había un acantilado, de varios metros de altura, y cerca de allí se habían asentado, a los pies, pequeñas casas por la humedad de la vega del río. Desde nuestro lugares se hacían visibles gigantescos árboles que relucían bajo el tenue sol.
—Hay que reunir a todos y no alarmarlos. Anda a la cocina y avísame cuanto nos queda de alimentos —me ordenó Taehyung enseguida.
Debajo de una de las mesas de la cocina, mientras hurgaba en tinajas y canastas medianas, calculé que las provisiones nos alcanzarían para una semana. Siendo realista, el enfrentamiento podría durar solo tres días o extenderse hasta un mes. Nadie lo sabía.
—Taehyung ¿es verdad que están llegando? —preguntó Rasumikhine al joven descalzo.
—Llama para reunirnos fuera de las cabañas.
El hombre asintió.
El nuevo líder, en medio de esa especie de patio que cedían las cabañas, se deshizo del chaleco. Le avisé que pronto se acabaría el arroz y la poca carne que sobraba.
—No es suficiente. Debemos hacer porciones más pequeñas. Necesitamos comida para más días.
—Las porciones no alimentarían bien a los guerreros. Deberíamos… —contesté.
Alguien lo llamaba desde la puerta de una de las cabañas. No pude acabar de explicarle.
En ocasiones tengo presentimientos y cuando vienen a mí me aterran. Parecióme que me envolvía uno de ellos y no quería ceder a la seducción de creerlo. Se acortaban mis posibilidades de regresar hacia atrás. Había cruzado el río prohibido: el Rubicón.
☆ ☆ ☆
Sus codos se apoyaban en aquella mesa rústica que en otros tiempos fue testigo de reuniones y decisiones. Estaba impertérrito, con los ojos vueltos sobre unas pequeñas hojas amarillentas. Su cabeza descansaba sobre sus dos manos y su posición algo encogida, por momentos parecía prepararlo para asumir el largo sueño.
Me senté en uno de aquellos troncos colocados en desorden alrededor de la mesita. La neblina de la indecisión aletargaba mi vida.
—¿Estás cansado? —le pregunté al ver que comenzaba a cabecear entre las hojas.
No respondió. Abrió sus ojos somnolientos y se fijó nuevamente en las letras que sobresalían como manchas negras sobre la superficie clara de las hojas.
Su última reunión como líder había sido hace ocho semanas, luego de aquel día, decidieron por mayoría elegir a otra persona, que según ellos tenía la capacidad requerida para liderar: Taehyung. Rasumikhine me contó que en un inicio, él se había negado pero que después había accedido al ritual, sumergiéndose en el río y bebiendo un poco de sus aguas. Con este cambio, parecía que ya no querían escuchar su voz, pues solo prestaban oídos al joven, perteneciente a una familia de mercaderes. No recuerdo la historia que lo hizo decantarse por estos derroteros, pero sin duda, cuando hablaban sobre su decisión de unirse al ejército rebelde era porque querían ver un cambio social o querían aplastar al Rey.
—Deben ya estar cerca —dijo para sus adentros.
La puerta dejó escuchar los golpes que descargaban sobre ella. Eran sonoros y desesperados. Abrí malhumorada, me molestaba su falta de decencia para llamar.
—¿Él está contigo?
—¿Quién? —dije fingiendo no entenderlos.
—Jungkook.
—Está descansando —mentí.
—Tenemos una consulta urgente.
—Deberían hacérsela a Taehyung, él es el nuevo líder.
—Es que solamente él puede responderla.
—Cada persona debe asumir su responsabilidad. Por lo menos ahora déjenlo descansar, ya que no tiene que preocuparse de ineptos como ustedes.
Cerré la puerta.
Volvieron a tocar con más insistencia. Él me preguntó qué pasaba. Yo le recomendé que vaya a descansar. Se levantó y fue a atender.
—Antes de que abras esa puerta, recuerda que ya no eres su líder —dije rencorosa.
Su mirada melancólica me traspasó.
☆ ☆ ☆
Se había ordenado que todos nos reuniéramos a las afueras de las tiendas del campamento. Taehyung, pensativo, escuchaba atentamente lo que algunos hombres le decían cerca de la hoguera apagada. Habían preparado una tarima improvisada y sobre ella Jungkook consultaba a algunos hombres.
Jin impaciente, a mi lado, esperaba las nuevas noticias.
—Quién diría que volveríamos a nuestro antiguo líder —.Crucé mis brazos fanfarrona.
Me lanzó una mirada desdeñosa.
—¿No fuiste tú la culpable que empezó todo esto?
Su voz quedó vagando entre los últimos murmullos, como un eco. "Los radicales" ante las señas de aquellos hombres que veían desde un extremo más elevado habían cesado de hablar.
—Estamos reunidos porque la guerra nos llama y debemos prepararnos. Seremos valientes hasta las últimas consecuencias, si Dios lo permite. Hace algunos días atrás se había nombrado un nuevo líder entre nosotros pero viendo que los acontecimientos que vienen son inesperados necesitamos al mando a una persona con experiencia. La única persona que puede guiarnos para la guerra es Jungkook —dijo conmovido Rasumikhine, alentando sus palabras con aplausos.
Jin lo desaprobó con su cabeza.
—Rasumikhine es un hombre sensato y sabio —le dije en respuesta por el mohín que hacía.
—El tiempo apremia pero juntos venceremos. Quiero que su valentía y coraje los acompañe para entrar a la guerra... Somos los hijos de los hombres que fueron ultrajados y olvidados en algún rincón de este reino y por eso saldremos a reclamar nuestra libertad perdida y que solo la han usado para esclavizarnos... ¡Lucharemos y venceremos!...
Así comenzó el discurso de Jungkook, su voz elocuente era la melodía que todo caudillo imprimía en el alma de sus valientes seguidores.
Se armaron grupos de guerreros. Unos irían más allá de nuestros territorios y nos entregarían información sobre los enemigos, otros estarían listos para la orden de entrar en las primeras filas de batalla y un grupo cercano al líder estaría ocupado de planear la estrategia que nos daría la victoria.
Mi esperanza vagaba en el oscuro bosque que se tragaba el último rayo de sol que se hundía en la montaña…
☆ ☆ ☆
Observaba desde la mesa del comedor como él arreglaba sus armas y comida en unos trapos inservibles. Las acomodaba con tal dedicación que se había absorbido en la actividad y parecía ya no me escucharme cuando le hablaba.
—Yo también quiero ir contigo —insistí.
—Es arriesgado —dijo saliendo del abismo de pensamientos en el que se encontraba—. Tienes que estar aquí.
—¿Y si ellos vienen aquí?
—No vamos a dejar que se acerquen a este lugar. Mandé a varios hombres para que cerquen el campamento. Además, se están acercando por el este, eso nos dará una ventaja.
Salió de la tienda donde los guerreros se equipaban y se preparaban para la batalla. Lo seguí a unos pocos pasos. El campamento parecía estar inquieto y tenso. Se oían suspiros y palabras de aliento. Algunos lo saludaban temerosos. Tomó el camino junto al río y se detuvo a algunos metros de la orilla. Se encaminó hacia donde permanecían amarrados los caballos. El suyo era el mismo que le había regalado para su segunda huida. Un imponente caballo negro.
—En unos días nos volveremos a ver —dijo besándome en un solo toque.
Espoleó al animal. Sabía que antes de su captura había tenido un enfrentamiento con el ejército del Rey y que había vencido. Sus hombres decían que era un gran estratega y lucían confiados.
Asimismo, nuestro espías habían comenzado su trabajo. Reportaron que los soldados reales se acercarían por el este y predecían que atacarían desde allí. Antes del río, estaba el reino de Galvornia por donde había un pase para los mercaderes y traficantes de esclavos, se suponía que el enemigo se agazaparía desde allí. Por ello, una cuarta parte de "Los radicales" se quedaría en el campamento como refuerzo y los demás cruzarían el río y se aproximarían a la frontera con este reino.
Regresé al campamento y me senté junto a la hoguera. Pensaba en mí y en él, en nosotros...
De repente, una mano me sujetó por la espalda. Mi cuerpo se estremeció y se dejó llevar. Los movimientos eran tan bruscos que solo me dejaba arrastrar por ellos. Busqué deshacerme de aquellos brazos que mantenían mi espalda contra el rostro de mi atacante. Seguía sus pasos y forcejeaba. Era conducida hacia los cuartos en donde se encerraban gallinas o comida seca en sal. Gritaba. Nadie me escuchaba. Gritaba más fuerte. Se cerró la puerta.
—Ahí te quedarás por algunos días.
Las sombras se hicieron ante mis ojos. Incertidumbre y olvido. Grité y llamé por la pesada puerta. En medio de la oscuridad solo oía el chillido de multitudes de animales pequeños y desagradables, los oía pasar por mi lado, roían a mi lado.