El Susurro del Vacío

La Zona Muerta era un lugar extraño, una vasta extensión digital donde las reglas de la realidad parecían difusas y maleables. Ari y Danthor flotaban en aquel espacio indefinido, rodeados de fragmentos de código que parpadeaban y se desintegraban en el vacío. No había un suelo tangible, ni un cielo distinguible. Solo un horizonte irregular de datos corruptos y restos de lo que alguna vez fueron estructuras digitales.

Ari observó con detenimiento a su alrededor. El entorno carecía de un patrón estable: a veces parecía un mar de niebla luminiscente, otras veces se asemejaba a un paisaje desierto cubierto de estelas electrificadas. Se podía ver, a la distancia, la silueta de lo que en algún momento había sido un servidor olvidado, una estructura etérea con torres deformadas y circuitos quebrados que chisporroteaban de forma intermitente.

—Esto se siente... vacío —murmuró Ari.

Danthor, flotando junto a él en su forma de gelatina espectral, se agitó con inquietud.

—Lo que esperabas. Esto es la Zona Muerta, el vertedero digital de lo que alguna vez existió en la red. Sin protocolos, sin servidores funcionales, sin un sistema central que lo mantenga en pie. Es como una ciudad abandonada, pero peor. —Dio una vuelta en el aire y resopló—. No sé tú, pero yo prefiero salir de aquí cuanto antes.

Ari asintió. Era comprensible. Aquella extensión digital daba la sensación de estar dentro de un sueño incompleto, como si todo lo que los rodeaba estuviera a medio construir y al mismo tiempo desmoronándose. La ausencia de sonido también contribuía a la sensación de aislamiento: no había viento, ni eco, ni siquiera el zumbido de la actividad de la red.

Caminando sobre lo que parecía ser una superficie de datos comprimidos, Ari notó pequeños destellos en el suelo. Se agachó para examinar uno y vio que eran restos de datos inertes. Algunos fragmentos parecían ser partes de antiguos archivos de texto, otros eran simples cadenas de código sin funcionalidad.

—Así que aquí terminan los datos olvidados... —comentó en voz baja.

Danthor se encogió de hombros (o al menos lo intentó, considerando su forma gelatinosa).

—O eso dicen. Algunos creen que todo lo que entra en la Zona Muerta eventualmente desaparece por completo. Otros piensan que algunas cosas pueden persistir indefinidamente. De cualquier manera, nada aquí sigue funcionando como debería.

Ari se enderezó y suspiró.

—Bueno, al menos ya no queda rastro de Hacker. Eso significa que hemos terminado.

—¿Terminado? —Danthor soltó una risa sarcástica—. Nos queda salir de aquí. Y déjame decirte que la salida no es exactamente un camino pavimentado.

Ari miró a su alrededor, buscando algún indicio de cómo salir de aquel espacio. A lo lejos, alcanzó a distinguir una serie de estructuras que parecían servir como nodos de acceso. Eran como pilares de luz azulada que titilaban en el horizonte. Algunos estaban apagados, pero otros seguían funcionando, aunque de manera intermitente.

—Ahí, esos nodos. Pueden servir para salir de aquí, ¿no?

Danthor siguió su mirada y asintió.

—Podrían funcionar, pero hay que tener cuidado. Algunos de esos nodos están corrompidos, podrían mandarnos a cualquier parte de la red o incluso dejarnos atrapados en un bucle de datos inservibles.

—Bueno, no tenemos muchas opciones —dijo Ari mientras comenzaba a caminar hacia las estructuras.

El trayecto fue extraño. No había una verdadera sensación de caminar, sino más bien de deslizarse sobre una superficie invisible. A medida que avanzaban, el paisaje cambiaba lentamente. La Zona Muerta comenzó a adquirir formas más definidas: a la derecha, aparecieron fragmentos de lo que parecían ser antiguas bases de datos, ahora destruidas. A la izquierda, había torres de código distorsionado que se elevaban y se desmoronaban constantemente, como si estuvieran atrapadas en un ciclo infinito de creación y destrucción.

—Definitivamente, no quiero quedarme aquí por mucho tiempo —comentó Ari.

—Bueno, entonces apresúrate. Entre menos tiempo pasemos en este lugar, mejor.

Finalmente, llegaron a los nodos de acceso. Eran estructuras imponentes, parecidas a puertas de luz flotantes, con secuencias de datos corriendo a través de ellas. Algunas parpadeaban erráticamente, lo que indicaba que no eran seguras. Ari extendió la mano hacia una de las que parecía estable y sintió una leve resistencia.

—Parece funcional —dijo—. Aunque no sabremos con certeza a dónde nos llevará hasta que lo intentemos.

Danthor flotó a su lado, observando con escepticismo.

—Siempre la parte emocionante de las misiones, ¿eh?

Ari respiró hondo y asintió.

—Vamos. Ya es hora de volver.

Con un último vistazo a la extensión vacía de la Zona Muerta, Ari y Danthor cruzaron el nodo de salida, dejando atrás aquel lugar olvidado en las profundidades de la red.

Cuando Ari volvió a abrir los ojos, se encontró de regreso en el mundo real. La sensación de su cuerpo físico regresó lentamente, como si su mente necesitara un momento para sincronizarse nuevamente con la realidad. Parpadeó varias veces y miró a su alrededor. Estaba en la sala de control de la base, con las luces titilando a su alrededor.

Danthor, ahora en su forma de gato de gelatina, estaba a su lado, sacudiéndose como si también necesitara ajustarse a estar de vuelta.

—Bueno —dijo Ari, estirándose—, eso fue toda una experiencia.

Danthor bufó.

—Sí. Y la próxima vez que alguien sugiera meternos en la red de nuevo, por favor, dale un buen golpe de mi parte.

Ari se rió y se dejó caer en una silla. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que podía relajarse. Habían cumplido su misión, eliminado la amenaza de Hacker y salido de la Zona Muerta sin contratiempos.

Era hora de descansar.