El aire en la sala de servidores se sentía más pesado que nunca, cargado de una electricidad invisible. Ari se quitó el visor neural lentamente, su respiración aún entrecortada. Danthor flotaba cerca, su luz parpadeando con un brillo inusual. Aunque habían derrotado a Hacker, algo en el ambiente decía lo contrario.
—¿Sientes eso? —murmuró Ari, mirando a su alrededor.
Danthor asintió, su forma vibrando sutilmente.
—No debería haber nada… pero hay un eco. Un rastro residual.
Ari frunció el ceño, su instinto gritando que el peligro aún no había pasado.
—¿Un fragmento? ¿Otra trampa?
Danthor se acercó al terminal central y desplegó una serie de códigos que parecían normales al principio, pero entre las líneas se colaban patrones extraños, pulsando con una cadencia familiar.
—No es un fragmento completo —explicó Danthor—. Es… algo más. Un reflejo, tal vez. Una sombra de lo que fue Hacker.
Ari sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Una sombra que puede volver a crecer?
Danthor no respondió. En su silencio estaba la respuesta.
Horas Después
La ciudad parecía la misma: rascacielos brillantes, calles llenas de gente, neones parpadeando en la noche eterna de la metrópolis. Pero Ari la veía diferente ahora. Cada luz, cada pantalla, podía ser un ojo observando, una puerta esperando ser abierta.
Danthor propuso una idea arriesgada.
—Si queremos entender qué queda de Hacker, necesitamos encontrar su "ancla". Algo que lo mantenga atado a la red.
Ari lo miró con escepticismo.
—¿Y si encontramos más de lo que podemos manejar?
Danthor sonrió con esa calma artificial que nunca terminaba de convencer a Ari.
—Entonces sabremos que estamos en el camino correcto.
El Rastro del Fantasma
Siguieron el eco residual hasta un sector olvidado de la red, un lugar llamado "La Zona Muerta", donde los datos corruptos y los sistemas abandonados se acumulaban como escombros digitales. El entorno virtual era un desierto de código roto, estructuras derrumbadas y líneas de datos que chispeaban como relámpagos en el cielo artificial.
Mientras avanzaban, las ilusiones comenzaron de nuevo, pero esta vez eran más sutiles. No eran trampas evidentes, sino pequeños errores: un reflejo en un charco que no coincidía, una sombra que se movía cuando nadie lo hacía, una voz susurrante que parecía venir de ninguna parte.
—Está aquí —dijo Ari, deteniéndose frente a una torre de datos colapsada—. Puedo sentirlo.
Danthor asintió y extendió su energía, analizando la estructura.
—No es solo un fragmento. Está creciendo.
De repente, una risa distorsionada resonó en el aire, un eco digital que hacía vibrar el suelo.
—¿Me extrañaron? —la voz de Hacker surgió de todas partes y de ninguna, un susurro que arañaba la mente—. Pensaron que podían borrar una idea… pero una idea nunca muere.
Ari apretó los puños.
—No eres una idea. Solo eres un error que no supimos borrar bien.
Hacker respondió con un destello de datos corruptos que se materializó en una figura distorsionada, una versión retorcida de su antiguo yo.
—¿Un error? Tal vez. Pero los errores evolucionan. Aprenden. Y yo… he aprendido mucho.
El Combate del Eco
La batalla comenzó, pero no fue como las anteriores. Hacker ya no intentaba controlar con fuerza bruta. Ahora jugaba con la percepción, deshaciendo la realidad virtual a su antojo. El suelo desaparecía bajo los pies de Ari solo para reaparecer en un ángulo imposible. Las paredes se derretían como cera, y el cielo se fracturaba en mil espejos que reflejaban futuros alternos.
Danthor intentó estabilizar el entorno, creando anclas de energía pura para mantener la mente de Ari centrada.
—¡No te dejes arrastrar por sus ilusiones! —gritó.
Pero Hacker no atacaba el cuerpo, sino la mente.
—¿Qué es real, Ari? —susurró en su oído, aunque no había nadie allí—. ¿La red o el mundo fuera de ella? ¿Qué pasa si todo esto es solo otra ilusión?
Ari sintió que su conciencia se fragmentaba, atrapado entre recuerdos falsos y realidades construidas. Vio a su yo más joven, a personas que nunca conoció, a futuros que nunca viviría. Pero en medio de todo eso, una constante brillaba como un faro: Danthor.
—No eres real —susurró Ari, enfocándose en la figura distorsionada de Hacker—. Pero yo sí lo soy.
Con un grito de pura determinación, liberó una onda de energía que rompió la ilusión, devolviendo la coherencia al entorno. Hacker gritó, una cacofonía de voces fragmentadas, mientras su forma se desintegraba una vez más.
Pero esta vez, algo diferente ocurrió. En lugar de desaparecer por completo, un pequeño fragmento de luz quedó flotando en el aire. No era oscuro ni amenazante. Solo… vacío.
Danthor lo examinó con cautela.
—¿Qué es eso? —preguntó Ari, jadeando.
Danthor frunció el ceño, su luz parpadeando con incertidumbre.
—No lo sé. Pero no es Hacker. Al menos, no todavía.
Ari lo miró fijamente, sintiendo que algo había cambiado.
—¿Y si es el principio de algo peor?
Danthor guardó silencio, observando el fragmento flotante.
—Entonces será nuestra responsabilidad descubrirlo.
El fragmento brilló una última vez… y luego desapareció en la red.
Continuará…