Siempre he creído que Zuni tiene una habilidad especial para convencerme de hacer cosas que no quiero. No es manipulación, exactamente. Es más bien ese carisma suyo, ese entusiasmo desbordante que, combinado con su terquedad, convierte cualquier idea en una misión imposible de rechazar.
—Nitram, escucha, no es un simple disco. Es El Noa Noa. No estamos hablando de cualquier cosa. Es como… como si te estuviera pidiendo que sostengas la Mona Lisa por un segundo.
Rodé los ojos, aunque una sonrisa se asomó sin que pudiera evitarlo. Su dramatismo siempre me hacía reír, pero esta vez estaba llevándolo a otro nivel.
—¿Y por qué no lo buscas tú? —pregunté, aunque sabía la respuesta de antemano.
—¿Tú crees que no lo he intentado? ¡Está agotado en todos lados! Pero hay un lugar... un local especial. Me dijeron que ahí podría estar. Es como un pequeño santuario de la música perdida.
—Un santuario, ¿eh? —repliqué con escepticismo.
Zuni me miró como si hubiera insultado personalmente a Juan Gabriel.
—Por favor, Nitram. Es importante.
Suspiré. Sabía que no iba a dejarme en paz hasta que aceptara. Además, aunque no quería admitirlo, su descripción del lugar despertó mi curiosidad. ¿Qué tan especial podía ser ese local?
Al día siguiente, con la dirección en la mano, me dirigí al lugar. La fachada era discreta, casi imperceptible, como si no quisiera llamar la atención. El letrero, desgastado por el tiempo, apenas se leía: "Ecos del Pasado".
Empujé la puerta, y un pequeño cascabel anunció mi llegada. Lo primero que noté fue el olor: una mezcla de vinilos viejos, madera y un toque de incienso. Era un lugar pequeño, pero lleno de vida. Estanterías repletas de discos de todos los géneros y épocas cubrían las paredes. La música sonaba suavemente en el fondo, un bolero antiguo que no pude identificar de inmediato.
Y entonces la vi.
Estaba detrás del mostrador, con un disco en la mano, revisando lo que parecía ser un inventario. Su cabello rubio brillaba bajo la tenue luz del local, y había algo en su forma de moverse, en la manera en que fruncía el ceño mientras trabajaba, que me dejó momentáneamente inmóvil.
No sé cuánto tiempo pasé mirándola antes de que se diera cuenta de mi presencia. Levantó la vista y nuestros ojos se encontraron. Fue un segundo, tal vez dos, pero se sintió como mucho más.
—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó. Su voz era suave, casi tímida.
Por un momento olvidé cómo se hablaba.
—Eh… sí. Estoy buscando un disco. El Noa Noa, de Juan Gabriel.
Ella asintió, dejando el disco que tenía en las manos para buscar entre las estanterías detrás de ella. Mientras lo hacía, aproveché para observarla con más detalle. Su forma de moverse era precisa, casi meticulosa. Había una serenidad en ella que contrastaba con el caos ordenado del local.
—Aquí está —dijo, volviendo al mostrador. Me entregó el disco con cuidado, como si fuera algo precioso.
—Gracias.
Mientras pagaba, quise decir algo más, cualquier cosa que pudiera prolongar la conversación. Pero las palabras no salían. Ella, por su parte, tampoco parecía muy dispuesta a hablar. Había un leve sonrojo en sus mejillas, algo que me pareció adorable.
Salí del local con el disco en la mano, pero con la cabeza en otro lado. Apenas había hablado con ella, pero ya sabía que quería volver.
Esa noche, Zuni no dejaba de hablar del disco.
—¡Es perfecto! ¿Ves por qué te insistí tanto? ¡Esto es oro puro!
Lo escuché mientras él hablaba, pero mi mente estaba en otro lado. Pensaba en ella, en la chica del local. Ni siquiera sabía su nombre, pero había algo en ella que me intrigaba.
—¿Todo bien, Nitram? —preguntó Zuni, notando mi distracción.
—Sí, sí. Todo bien.
—¿Seguro? Porque pareces como si estuvieras pensando en otra cosa… o en alguien.
Me limité a negar con la cabeza, pero Zuni no parecía convencido.
Esa noche, mientras escuchaba el disco, decidí que tenía que volver al local. Tal vez podría comprar otro disco. O preguntar por más música. Cualquier excusa sería buena para verla de nuevo.
Al día siguiente, regresé.
No sabía qué esperar, pero cuando entré y la vi detrás del mostrador, sentí una mezcla de nervios y emoción. Esta vez, ella no estaba sola. Había otro cliente hablando con ella, así que aproveché para explorar las estanterías.
Mientras fingía buscar algo, no pude evitar escuchar su conversación. Hablaban sobre música clásica, algo que parecía interesarle mucho. Hablaba con pasión, aunque su tono seguía siendo suave, casi inseguro.
Cuando finalmente terminé de dar vueltas por el local, ella estaba sola de nuevo. Me acerqué al mostrador con un disco que había tomado al azar.
—¿Este es bueno? —pregunté, mostrando la portada de un álbum de Los Ángeles Negros.
Ella miró el disco y luego a mí.
—Es un clásico. Tiene canciones que… que llegan al corazón.
Su respuesta me hizo sonreír. Pagando por el disco, sentí que debía decir algo más.
—¿Cómo te llamas? —pregunté, intentando sonar casual.
Pareció dudar por un momento antes de responder.
—Kosei.
—Bonito nombre. Yo soy Nitram.
Ella asintió, pero no dijo nada más. Parecía nerviosa, como si no estuviera acostumbrada a ese tipo de interacción.
Salí del local nuevamente, pero esta vez con una sensación diferente. Había dado un pequeño paso, y aunque la conversación había sido breve, sabía que quería volver.
Así comenzó todo. Un disco, una excusa y una chica que no podía sacarme de la cabeza. Aún no sabía qué iba a pasar, pero algo en mi interior me decía que ese local, y ella, iban a ser importantes en mi vida.
Mientras caminaba hacia casa, me descubrí repasando cada detalle de la interacción: cómo su cabello rubio caía sobre su rostro mientras buscaba el disco, la forma en que sus labios se movían al pronunciar su nombre, ese leve sonrojo en sus mejillas. Era como si mi mente estuviera obsesionada con revivir ese instante una y otra vez.
Y entonces me detuve en seco, en medio de la acera.
"¿Qué estás haciendo, Nitram?", pensé.
Era absurdo. Apenas la conocía. Ni siquiera había pasado más de cinco minutos hablando con ella, y aquí estaba yo, actuando como si el destino me hubiera guiado hacia ese local por una razón cósmica. ¿En serio? ¿Desde cuándo me volvía tan romántico? Me reí para mis adentros, sintiéndome un poco tonto.
Quizá solo era mi mente jugando conmigo, tratando de llenar el vacío de mi rutina diaria con algo emocionante. Tal vez solo era una simple atracción superficial, un capricho pasajero.
Pero entonces recordé cómo me sentí cuando ella me miró a los ojos, aunque fuera por un segundo. Había algo en esa mirada, algo que no podía explicar.
Sacudí la cabeza, tratando de alejar esos pensamientos. "Es solo una chica que trabaja en un local de música", me dije. "No es como si fuera a cambiar mi vida."
Sin embargo, incluso mientras trataba de convencerme de lo contrario, una pequeña voz en mi cabeza insistía: ¿Y si sí lo hace?
Sonreí para mí mismo, resignado. Quizá estaba siendo un poco dramático, pero una cosa era segura: tenía que volver a ese local. Y pronto.