Notificación activada: visita de mi prometida.
La voz de Inge rompió el silencio de mi habitación. Al escucharla, mis pensamientos comenzaron a despertar, junto con mi cuerpo. Poco a poco, los recuerdos recientes regresaron: estaba comprometido con alguien que apenas conocía.
Reflexioné mientras me sentaba en la cama, aún adormilado. ¿Era esto obra del destino o solo una decisión calculada de mis padres? Era surrealista pensar en ello. No podía evitar cuestionar si estaba soñando o si este extraño giro en mi vida era real. Aunque no estaba de acuerdo con la decisión que ellos habían tomado, tampoco podía juzgarla del todo. No conocía como habían llegado a ese acuerdo.
—Inge, enciende las luces.
—Luces activadas.
La habitación se iluminó de inmediato, revelando el desorden en mi escritorio. Me levanté con pesadez y comencé a buscar algo que ponerme. Mientras revisaba el armario, una mezcla de resignación y curiosidad me invadía. Quizás hablar con mi prometida era la única forma de entender esta situación, aunque no sabía nada de ella. No conocía su personalidad, sus pensamientos ni sus intenciones. Sin embargo, tal vez, solo tal vez, podríamos llegar a algún tipo de acuerdo que hiciera esto menos complicado.
Al terminar de vestirme, salí hacia el comedor. Durante el trayecto, noté una actividad inusual en la casa. Sirvientes corrían de un lado a otro, arreglando todo para la visita. Aunque no sabía cuántos preparativos habían hecho mis padres, estaba seguro de que, como siempre, habían exagerado. Me irritaba pensar que todo esto se había decidido a mis espaldas, pero no podía enfurecerme demasiado. Al final, ellos creían estar haciendo lo mejor para mí.
Cuando llegué al comedor, mis padres ya estaban desayunando. Me senté frente a ellos, intentando mantener una expresión neutral. Con una sonrisa sarcástica, rompí el silencio:
—Espero que estos preparativos sean para alguien que valga la pena. Aunque, claro, ¿qué puedo saber yo si no conozco nada?
Mi padre dejó la taza de café sobre la mesa y me miró con calma.
—Conocer es aprender, Leonel. Y aprender es progresar. Los cambios no son buenos ni malos; simplemente son. Lo que importa es cómo los percibimos.
—Tu padre tiene razón —agregó mi madre, con una sonrisa amable—. Hoy podrás conocerla en persona. Quizás las ideas que tienes ahora cambien con el tiempo. Después de todo, el tiempo siempre tiene la última palabra.
No respondí. En lugar de discutir, preferí mantener mis pensamientos en silencio. Terminé mi desayuno mientras mis padres continuaban conversando entre ellos. Antes de levantarse, mi madre me recordó que debía usar ropa formal para recibir a nuestra invitada.
El mediodía llegó más rápido de lo que esperaba. Me encontraba parado en la entrada de la casa, acompañado por mis padres y dos filas de mayordomos perfectamente alineados a cada lado. Tres coches negros con vidrios polarizados llegaron y se detuvieron frente a nosotros.
Del primer coche bajaron una pareja elegante, probablemente los padres de mi prometida. Del segundo, vi descender a una joven de mi edad. Llevaba un vestido que acentuaba su figura y, aunque su expresión era tranquila, pude percibir algo más en su mirada. ¿Nervios? ¿Desconfianza? No estaba seguro.
Me acerqué a ella, intentando parecer relajado.
—Mucho gusto, soy Leonel.
Ella me observó unos segundos antes de responder con una sonrisa cortés:
—Rachel. Soy tu prometida.
Bajo esa sonrisa había algo que no podía descifrar del todo, pero no era momento de analizarlo. Sus padres se acercaron a los míos, presentándose con cordialidad:
—Soy Ricardo, el padre de Rachel. —dijo el hombre mientras extendía la mano.
—Y yo soy Silvia. —agregó la mujer con una sonrisa.
Respondí con cortesía y los acompañé al comedor. Durante la comida, las preguntas iban y venían, en su mayoría dirigidas a Rachel y a mí. Mis respuestas fueron breves; aún no me sentía cómodo compartiendo demasiado. Al terminar, nuestros padres se levantaron de la mesa.
—Los dejaremos a solas para que puedan conocerse mejor.
La habitación quedó en silencio. Un silencio tan denso que casi podía escucharse. Rachel y yo permanecimos en nuestros asientos, observándonos con cautela. Esto apenas comenzaba.