Atenea levantó la cabeza del hombro de Antonio, cortando su risa burlona de golpe.
Se mordió el labio inferior lentamente, tratando de entender por qué se sentía tan culpable al ver a Ewan tan abatido. ¿Era porque el señor y la señora Thorne la miraban con una súplica y un atisbo de tristeza? ¿O era algo más?
Miró a sus hijos. Parecían tan confundidos como ella. Sin embargo, la cara de Kathleen también estaba inundada con otra emoción: la lástima.
Atenea masticó su labio inferior y se dio cuenta de que necesitaba salvar la situación porque era bastante mala. Ewan estaba aquí para ver a los niños, no para ser humillado.
—¿Cómo se llama el libro? —finalmente habló, retirando su mano del agarre de Antonio y rompiendo el tenso silencio. Si ella se sentía mal por esto, entonces era malo.
Ewan podría haber hecho muchas cosas, pero en ese momento, necesitaba darle un respiro. Además, tenía que haber una razón por la que le había conseguido libros.