—¿Qué hace él aquí? —esa fue la primera idea que pasó por la mente de Ewan mientras observaba a Antonio dibujar lentos círculos en las manos de Atenea.
Una ola de frustración lo inundó, acompañada de un ligero temblor en sus manos y un sordo y doloroso latido de su corazón que parecía sincronizarse con su creciente ira y celos.
Zane lo empujó sutilmente, un recordatorio silencioso y familiar de mantener la calma, respirar y controlar las emociones que amenazaban con desbordarse.
—¡Ewan, qué encantador encuentro! —exclamó Florencia, ajena a la tensión creciente en la habitación, su voz rebosante de entusiasmo mientras se levantaba de un salto y se apresuraba hacia él.
Sus manos eran cálidas y reconfortantes mientras le pellizcaba las mejillas, igual que había hecho tantas veces durante su infancia.