Ewan tenía razón; el plato especial del restaurante local era picante. Pero, ante la bomba que había soltado hace apenas unos minutos, el sabor picante casi se había perdido en la lengua de Athena, aunque era una buena distracción.
Ella había optado por no decir nada, ya que el asistente había intervenido con una bandeja de platos humeantes antes de que pudiera articular una respuesta, decidiendo apartar sus nervios rotos y entregarse a la dulzura picante: ¡estos alimentos se consumían mejor calientes!
Sin embargo, mientras comía, respirando entre bocados, su mente seguía absorta en la revelación de Ewan, más que en los posibles ingredientes que contribuían a tan maravilloso «especial».
Otra razón por la que había optado por comer primero era, en parte, porque tenía hambre, y en segundo lugar porque necesitaba estar calmada, pensar, ordenar sus pensamientos, y no actuar como una banshee desorientada como había hecho antes cuando Ewan declaró su nombre en clave.