Por muy hermosa que pareciera la escena —al menos para Alaric—, el momento de pasión había llegado a un precipicio peligroso.
Violeta y Román, completamente dominados por sus deseos, se preparaban para cruzar la línea.
Los dedos de Violeta ya trabajaban febrilmente en el cinturón de Román, mientras Román se arrancaba la camisa, sus músculos tensos por la necesidad.
¡Que los dioses los ayuden! ¿Dónde demonios estaba Asher y por qué estaba tardando tanto?
—No lo hagas... —logró gemir Alaric, su voz forzada mientras arrastraba su cuerpo por el suelo, luchando contra el veneno que recorría su sistema. Pero su súplica cayó en oídos sordos. Román y Violeta estaban demasiado lejos, consumidos por el fuego que ardía entre ellos.