—No tengas lástima de mí —dijo de repente Micah, sacando a Violeta de sus pensamientos con su voz.
—¿Q—qué? —tartamudeó ella, sorprendida.
—Me escuchaste —respondió él con calma, su penetrante mirada fija en ella.
Violeta soltó una risita, tratando de parecer casual. —¿Quién dijo que tengo lástima por ti? Todos pasamos por mierdas.
Pero la mirada de Micah no vaciló. Era como si pudiera ver a través de sus palabras, desenredando su pretensión sin esfuerzo. Su intensidad inquebrantable la hizo sentir incómoda.
—Está bien. Vale —Violeta alzó las manos—. No lástima. Podrías morir ahora mismo y no me importaría —dijo con la cara impasible.
Por un momento, hubo silencio. Y luego Micah estalló en una risa profunda y genuina que resonó en la habitación. Su reacción fue tan inesperada que Violeta se encontró riendo también, su sarcasmo disolviéndose en verdadera alegría.
Sin embargo, la ligereza fue efímera.