Por primera vez, su grupo habitualmente ruidoso y bullicioso se movía en absoluto silencio hacia los terrenos de la escuela. No había bromas ingeniosas ni empujones burlones.
Ni Lila haciendo chistes inapropiados para aligerar el ambiente.
Solo silencio.
A diferencia de los otros estudiantes, que prácticamente se deslizaban hacia adelante con emoción, ansiosos por presenciar la iniciación final de los nuevos miembros en sus manadas y casas permanentes, Violeta y sus amigos se quedaban atrás.
Violeta sabía que el tiempo se acababa y tenía que decírselo antes de que fuera demasiado tarde. Deteniéndose abruptamente, se giró para enfrentarlos, diciendo —No podemos estar en la misma casa.
Ivy, Margarita y Lila se quedaron congeladas en el lugar, parpadeando incrédulas.
—¿¡Qué!?
Y así como así, las tres estallaron en protesta, sus voces superponiéndose en una explosión de indignación.
—¿¡De dónde viene esto?! ¿¡Pensé que teníamos un acuerdo?! —exigió Margarita.