Violeta debería haberse detenido, pero un lado oscuro y travieso de ella se levantó ante el desafío. Román se consideraba el maestro de la seducción, pero ella también sabía mantener su posición.
Con un movimiento rápido y atrevido, envolvió sus piernas alrededor de su cintura, acercándolo hasta que pudo sentir la inconfundible dureza de ese lobo descarado. Él gruñó, un sonido torturado y delicioso que le provocó escalofríos. Sin embargo, Violeta mantuvo su rostro neutral, decidida a no sonrojarse como la ingenua virgen que era.
—¿Decías algo? —levantó una ceja atrevida.
Román soltó una risa ahogada.
—Eres una pequeña—. Bien, qué posición tan perfecta para tener esta conversación.