Lila estaba agachada en el patio trasero de su choza, inclinada sobre un pequeño lecho de flores que había cultivado. Un extraño tarareo melódico escapaba de su garganta, sonando como el canto de los antiguos. Uno que su otra compañera nunca podría entender.
Ivy era la otra compañera. Estaba parada a unos pocos pies de distancia vigilando, aunque precisamente estaba ahí para ofrecer apoyo moral. Echó un vistazo por encima de su hombro por lo que debía ser la enésima vez, frunciendo el ceño.
—Has estado haciendo ese ruido durante horas y no está pasando nada —dijo la chica con los brazos cruzados, y un leve toque de aburrimiento en su tono.
Lila, quien ya parecía haberse transformado completamente en esa extraña, fría y sobrenatural versión de sí misma —la misma de la noche del Juego de Carrera—, se giró hacia Ivy con una mirada fulminante.
—No me distraigas.