Violeta Púrpura dormía como un bebé.
¿Por qué no lo haría, cuando estaba entre dos cuerpos masculinos ardientes? Era todo lo que una chica podía desear. Y ahora mismo, mientras se despertaba lentamente, tenía la intención de deslizar las yemas de sus dedos por las sólidas hendiduras de sus abdominales uno tras otro y tal vez explorar más allá.
Sonrió para sí misma al pensar en su travieso plan y se giró hacia un lado para comenzar su plan, solo que no pudo hacerlo. Algo la detuvo de moverse completamente y un ceño fruncido marcó su rostro incluso antes de abrir sus ojos.
—Buenos días, hermosa. ¿Cómo estuvo tu noche? —los ojos verdes chispeantes y la sonrisa familiar de Román fueron lo primero que la saludaron.
¿Eh? Algo estaba mal. Violeta lo sintió incluso antes de mirar hacia arriba y descubrir que sus manos estaban atadas a la cabecera.
—¿Qué demonios…?! —Violeta se puso nerviosa, tirando de las ataduras, todo en vano.