Los chicos que quedaron atrás

—¿Qué creen que están haciendo Asher y Violeta ahora mismo? —preguntó Alaric a nadie en particular, su expresión distante mientras miraba por la ventana, la taza de cocoa intacta en su mano.

—Follando, obviamente —respondió Román, inclinándose para meter su lengua en la taza de Alaric y lamer la bebida como un perro.

—¡Amigo, qué diablos! —Alaric se apartó, puro disgusto escrito en su cara.

—Lo lamí. Ahora es mío. —Román no mostró remordimiento mientras agarraba la taza y la bebía de un trago. Cuando drenó la última gota, dejó escapar un profundo y satisfecho eructo.

—Gracias, Mamá Griffin —saludó alegremente justo cuando Griffin entró, un delantal atado alrededor de su cintura—. Eso estuvo divino.

Con Asher y Violeta fuera, Román había estado inquieto. Nada, ni siquiera la compañía de su propia manada, podía aliviar el extraño dolor en su pecho causado por la ausencia de Violeta. Así que, sin pensarlo mucho, se encontró caminando hacia la Casa del Este.