Beatriz juró que un día iba a matar a este hombre. Y quizás, solo quizás, Elías sabía eso, por lo cual seguía tentando a que lo intentara.
El silencio en la sala de reuniones se había estirado tan fino que se quebraba en los bordes como un cable listo para azotar. Nadie se movía, ni se atrevía a hablar. La humillación pública del rey hacia su propia Luna era tan descarada e intencionada, pero todos en la sala pretendían estar atrapados en una ignorancia educada y ensordecedora.
Beatriz lentamente despegó sus dedos del agarre mortal en la mesa y se volvió para enfrentar a su esposo. Su sonrisa era gélida, y su voz azucarada con acero cuando dijo, —Ya veo. El gran Rey Alfa no puede soportar que su amada esposa termine su oración sin marcar su territorio. Qué... salvaje de tu parte.