Confesión

Asher sintió una paz como nunca antes. Como si las cargas del mundo se hubieran quitado de sus hombros y finalmente pudiera descansar. Pero incluso en medio de una transición tan gloriosa, había un profundo mordisco dentro de él, como si estuviera dejando algo importante atrás. Algo que no podía dejar ir. No todavía.

Entonces sus ojos finalmente se abrieron, el pitido constante del monitor de corazones en sus oídos, junto con dos voces familiares muy molestas.

—Sabes, todavía no puedo creer que casi lo perdimos anoche —dijo Román.

Él y Alaric estaban uno al lado del otro, mirando por la ventana mientras el sol de la mañana se elevaba sobre el horizonte.

Alaric respondió:

—Sí. Esto va a sonar raro, pero me he acostumbrado a la idea de los cuatro de nosotros. De repente ser tres me resulta antinatural. Así que sí, prefiero soportar al imbécil molesto a no verlo nunca más por la eternidad —murmuró.

Román levantó una ceja.

—¿Eso significa que ahora te gusto?