Un bajo gemido escapó de la garganta de Violet mientras la conciencia volvía lentamente. Su cabeza palpitaba como tambores de guerra, y todo su cuerpo dolía como si la hubiera atropellado un camión. Excepto que si ese fuera el caso, no estaría viva. Ahora mismo, todavía estaba respirando.
Lo primero que vio cuando abrió los ojos parpadeando fue una cara familiar. Griffin Hale estaba por encima de ella con cálidos ojos marrones y una gran sonrisa triste.
—Hola, hermosa —dijo suavemente.
Por un fugaz segundo, Violet sonrió de vuelta, confortada por el cálido familiar en su mirada, hasta que la noche anterior se estrelló en su mente.
Se incorporó de golpe, jadeando, pero sus músculos cedieron bajo ella, y se hundió al suelo, sus palmas golpeando para romper la caída.
—¿Qué demonios…? —murmuró Violet, su corazón retumbando. Luego miró hacia abajo y se quedó helada.
Gruesas y oxidadas cadenas ataban sus tobillos, el frío mordisco del metal cavando en su piel.