Escapado

Un joven lobo yacía boca abajo en la mesa mientras, arriba, las luces quirúrgicas lo miraban fijamente, blancas y cegadoras. Sus muñecas y tobillos estaban sujetos firmemente a las correas acolchonadas.

Estaba apenas consciente, su respiración venía en jadeos superficiales y sus pupilas perezosas por el sedante que corría por su sistema. Su columna vertebral, sin embargo, permanecía completamente expuesta, una incisión concisa corría a lo largo de las vértebras inferiores, mantenida abierta por retractores.

Patrick se inclinaba sobre el chico con una calma que podía inquietar a la misma muerte.

—Signos vitales? —preguntó sin levantar la vista.

—Estables. Presión arterial 112 sobre 74. Ritmo cardíaco manteniéndose en 58 —uno de los cirujanos asistentes respondió desde los monitores.

—Bien. Sonda de succión.