Asher y los demás se habían desviado del camino hace tiempo y ahora avanzaban a duras penas a través de un bosque más denso de lo que cualquiera de ellos esperaba. Era tarde en la noche, y gracias a la luna tenían su vista de lobo, de lo contrario se habrían tropezado con cada raíz retorcida y habrían sido azotados por cada rama baja que se les cruzaba desde todas las direcciones. Los rebeldes se habían ocultado bien, lo cual no era sorprendente. Los lobos solitarios siempre estaban en movimiento, siempre adaptándose, y nadie sobrevivía tanto tiempo como ellos sin aprender a desaparecer a plena vista. El rastro debería haberse desvanecido horas atrás, pero Asher tenía que admitir que estaba impresionado. Las hadas avanzaban con un tipo de confianza que provenía del instinto, no de conjeturas, guiándolos sin error a través del laberinto de sotobosque.