El grito debió haber despertado a Griffin de su sueño porque la Bestia retrocedió como si hubiera recibido un golpe en el estómago. Sin dudarlo, Violeta se apartó, con el corazón golpeando en su pecho. Amaba cada versión de Griffin, pero si la tomaba en esa forma, la haría pedazos. Literalmente. La Bestia dejó escapar un gemido gutural, su cuerpo temblando violentamente como si estuviera luchando con algo desde dentro. Tropezaba como un borracho, sacudiendo la cabeza y agitándose, y Violeta tuvo que lanzarse a salvo, temerosa de que pudiera pisotearla en el proceso. Desde su escondite, observó en silencio asombrado mientras su cuerpo masivo comenzaba a encogerse hasta volver a su tamaño normal. El imponente cuerpo de seis pies y seis de Griffin colapsó en el suelo, su pecho subiendo y bajando con jadeos laboriosos. Albergar a la Bestia siempre le drenaba la vida.
—¡Griffin! —Violeta corrió a su lado, cayendo de rodillas—. ¿Estás bien? —preguntó, tomando su rostro entre sus manos.