—¿Quién eres? ¿Cómo entraste a mi cuarto?
Me sorprendí tanto al verlo que casi caí de la cama. Lo único que lograba distinguir era su figura oscura, casi etérea, y unos ojos rojos brillantes que parecían atravesar mi alma, unos ojos que harían que cualquiera huyera de miedo.
A pesar de mis palabras, no hubo respuesta. El silencio que lo rodeaba era denso, casi palpable. Respiraba con dificultad, mi corazón golpeando contra mi pecho con fuerza. Algo en el aire había cambiado, un peso invisible que me ahogaba. No entendí cómo, pero ya no estaba en mi cuarto.
El lugar donde me encontraba ahora era un abismo sin fin, una oscuridad profunda que se extendía por todo a mi alrededor. No había paredes, no había techo, solo un vacío interminable. Y en ese vacío, lo único que destacaba eran sus ojos, brillando como dos faros rojos en la penumbra. Me miraban fijamente, observándome con una intensidad que me helaba la sangre.
—¿Dónde estoy? —. Logré susurrar, aunque mi voz se perdió en la nada.
—No tengas miedo, Orión. No pienso hacerte daño. Estoy aquí por lo que eres capaz de hacer.
Su voz era grave, cargada de poder, como si cada palabra hiciera temblar el espacio mismo. La resonancia de su tono me hacía sentir la amenaza latente en el aire.
—¿Que no tenga miedo dices? No sé quién eres. Además, estoy en este lugar tan tenebroso… Responde: ¿quién eres?
El miedo me oprimía el pecho. ¿Cómo podía saber mi nombre? ¿Y por qué estaba atrapado en este lugar tan oscuro y extraño?
—Se me olvida, que los humanos son miedosos y necesitan una presentación para sentirse tranquilos.
La arrogancia en su voz era palpable, y cada palabra exudaba una sensación de superioridad absoluta.
—Está bien, me presentaré. Soy aquel que se rebeló contra Dios y fue sellado por ello—. Su voz se hizo aún más poderosa, un eco que parecía arrastrar todo a su alrededor. —Soy Lucifer.
Al escuchar su nombre, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Un escalofrío me subió por la espalda, como si todo mi ser hubiera sido tocado por algo más allá de la comprensión humana. La oscuridad se hizo más densa, y la presencia de Lucifer en este abismo se volvió aún más aterradora.
—Lu… Lu… Lucifer…—. Grité, sin saber cómo reaccionar. La incredulidad se reflejaba en mi voz, como si mi mente aún no pudiera procesar lo que estaba sucediendo.
—¿Por qué estás aquí? ¿Qué necesitas de mí?
Lucifer sonrió, su expresión, una mezcla de diversión y superioridad. Como si el espectáculo de mi sorpresa fuera algo que le causara placer.
—Ya te lo he dicho, estoy aquí por lo que eres capaz de hacer. Te daré el poder para matar a Dios. ¿No es eso lo que siempre has querido? —. Su sonrisa se expandió, como si cada palabra lo hiciera más poderoso.
Esas palabras me golpearon con la fuerza de un rayo. Sabía que no era una simple ilusión. Siempre había soñado con matar a Dios, con destruir a quien había permitido que el mundo se hundiera en la miseria. Pero esos sueños nunca habían sido más que eso: sueños.
—No sé a qué te refieres… Matar a Dios no es algo posible—. Mi voz temblaba, no solo de miedo, sino también de incredulidad.
Aunque quisiera hacerlo, no creía que fuera algo alcanzable.
Lucifer se inclinó ligeramente, como si se divirtiera aún más con mi reacción.
—Cierto, matarlo con un arma normal sería imposible. Pero…—. Sus ojos brillaron intensamente. —con una espada especial, si es posible.
—Pero, aun así… —Mi voz temblaba, incapaz de ocultar la incertidumbre—. ¿Esa espada realmente existe? ¿O solo lo dices porque crees que existe?
Lucifer se rio suavemente, como si mi duda fuera una reacción natural.
—Sí, existe… o existía. Fue fragmentada por Dios, temeroso de su poder.
La mención de la espada me dejó sin palabras. La idea de un arma capaz de matar a Dios era abrumadora. Pero la duda seguía pesando en mi mente. ¿Podía confiar en Lucifer?
—No niego que la idea de matar a Dios me atrae… —. Respondí, mi mente en guerra. — pero no sé si confiar en ti. ¿Cuál es tu razón para querer matarlo?
Pensar en aliarme con Lucifer para lograr lo que siempre había deseado era tentador, pero el riesgo era enorme. Si su objetivo era reemplazar a Dios… no quería un mundo aún más caótico. La humanidad ya vivía en el borde del abismo, y un cambio de poder solo podría empeorar las cosas.
Lucifer pareció notar mi duda y sonrió con calma.
—Entiendo que desconfíes. Te contaré la verdad que pocos conocen sobre Dios.
Mis ojos se entrecerraron ante sus palabras. La "verdad" de Dios. Algo dentro de mí se removió, sospechando que todo esto estaba conectado con la espada.
—¿Es necesario? —. Pregunté, aunque mi nerviosismo me traicionaba. —No quiero una clase de historia.
Lucifer, sin embargo, mantuvo su mirada fija en mí, y en su tono había una certeza que me obligó a escuchar.
—Todo está relacionado con la espada. Solo así entenderás mis motivos y mis intenciones.
Entonces, comenzó a hablar, y lo que dijo cambió todo lo que pensaba saber sobre el mundo, sobre Dios… y sobre la espada.
Lucifer me habló del primer Dios, de cómo encontró un libro en la sección prohibida de la biblioteca celestial cuando Dios le ordenó buscarlo. El libro no era un simple tomo de conocimiento: contenía los experimentos de Dios, los registros de la creación y destrucción de incontables mundos. A medida que estos experimentos concluían, Dios borraba todo lo que había creado. Los ángeles, los arcángeles, incluso las razas que pueblan el universo formaban parte de estos experimentos.
Cuando Lucifer descubrió esto, su furia fue indescriptible. Todo lo que conocía estaba a punto de ser destruido, y esa era la razón por la que Dios necesitaba el libro. Lo compartió con tres aliados en los que confiaba.
Semyazza, el líder de los vigilantes, los ángeles encargados de observar el mundo y mantener el equilibrio.
Azazel, el maestro del conocimiento, quien enseñó a los humanos los secretos de la herrería, la astrología y muchas otras ciencias.
Abadón, el guardián de la puerta de la creación, quien separaba el reino de la creación de las entidades cósmicas.
Juntos, se rebelaron contra Dios para crear un mundo sin él, un mundo donde los humanos, los ángeles y los arcángeles pudieran vivir sin la intervención de su creador, sin la manipulación de sus experimentos.
Azazel y Abadón fueron los encargados de forjar la espada capaz de matar a Dios.
La espada tenía el poder de destruirlo a él y a su reino. Imbuida con la energía del cosmos, su fuerza era tal que no cualquiera podía blandirla. Solo alguien con la habilidad adecuada podría desbloquear todo su potencial y usarla en su máximo esplendor.
La rebelión de Lucifer y sus aliados marchaba con paso firme. Llegaron hasta Dios, y solo quedaba derrotar a los siete arcángeles que le protegían. Lucifer, confiado en la verdad que poseía, intentó convencer a los arcángeles de unirse a su causa. Les contó la verdad: que Dios había creado y destruido mundos a su antojo, que la humanidad y los ángeles no eran más que piezas de un experimento sin sentido. Sin embargo, ni siquiera la verdad más aterradora logró romper su lealtad hacia Él.
Aunque algunos de ellos creyeron las palabras de Lucifer, ninguno se atrevió a traicionar a Dios.
El enfrentamiento fue brutal. Azazel y Semyazza cayeron primero, asesinados por la espada y el poder de los arcángeles. La batalla no fue fácil para ninguno de los bandos, pero la desventaja se hizo evidente. Solo quedaban Abadón y Lucifer.
Con una última mirada llena de determinación, Abadón se lanzó al frente, desafiando la defensa de los arcángeles. Su sacrificio no fue en vano: su ataque logró abrir una brecha en las defensas celestiales, permitiendo a Lucifer enfrentarse directamente a Dios.
La batalla entre Lucifer y Dios fue épica, un choque de poderes primordiales que resonó a través del tiempo y el espacio. Lucifer, con la espada en mano, logró herir a Dios. La herida no fue mortal, pero fue un golpe significativo. La espada funcionaba, su poder era real. Sin embargo, la victoria no estuvo cerca.
Abadón fue capturado y apresado por los arcángeles, mientras Lucifer luchaba por mantenerse en pie. La situación era desesperada. Intentó huir, buscar una salida, pero Dios no le permitió escapar. Con un gesto de su voluntad, fragmentó la espada, rompiéndola en pedazos irremediables. Luego, con la furia de un ser que había visto todo su poder amenazado, selló a Lucifer en un cautiverio eterno.
Sabía que Lucifer decía la verdad, no porque le creyera, sino que sus palabras eran sinceras, además fragmentos de sus recuerdos aparecían en mi mente como si me los estuviera mostrando mientras me contaba.
Lucifer me miró, sus ojos rojos brillando intensamente.
—Orión, serás el elegido para empuñarla. La espada te otorgará el poder necesario para acabar con lo que Él ha hecho. Pero debes decidir: ¿Estás dispuesto a cambiar el curso de la historia?
Sorprendido, pero decidí confiar en él, aunque fuera algo momentáneo.
—Bien, acepto ser tu aliado, pero aún tengo dudas. ¿Por qué Dios no te mató? ¿Y cómo es que estás aquí conmigo, si se supone que estabas sellado? Además, ¿no se supone que el mundo estaba por acabar hace miles de años? ¿Cómo sigue de pie?
Lucifer sonrió, y esa sonrisa parecía cargar con más secretos de los que podía imaginar.
—Entiendo tus dudas, Orión. Todo se puede responder con una misma explicación.
Hizo una pausa dramática, como si se estuviera preparando para revelar algo importante. Luego habló con una calma inquietante.
—La razón por la que no me mató, y la razón por la que el mundo sigue de pie, es porque, aunque los ataques de la espada no lograron matarlo, sí lo debilitaron. El poder que usó para fragmentar la espada lo dejó en un estado deplorable. A partir de allí, no pudo continuar con su "experimento". En lugar de eso, empezó a crear humanos modificados para que pudieran soportar su poder. Pero esos humanos… eran demasiado frágiles. Cada mil años, necesitaba hacer un cambio, renovarlos. Y así nacieron las sucesiones, el cambio de Dios.
Estaba asimilando las palabras de Lucifer, pero una pregunta aún rondaba mi mente.
—Entonces, si se supone que estabas sellado, ¿cómo sabes todo esto?
Lucifer dejó escapar una pequeña risa, llena de un eco antiguo, como si estuviera contando una historia que solo él conocía.
—Porque quien me liberó me lo dijo. Esa persona… era Gabriel. El arcángel.
El nombre de Gabriel retumbó en mi mente, pero no tuve tiempo de procesarlo cuando Lucifer continuó.
—La razón por la que creó a estos humanos modificados, además de que puedan soportar su poder, es porque… se está recuperando —dijo Lucifer, como si estuviera revelando un secreto oscuro—. Una vez que todo su poder se restaure, eliminará al Dios actual y continuará con su experimento, tal como lo hizo en el pasado. Es por eso que debemos acabar con el Dios actual y con el primer Dios, mientras aún se encuentra debilitado.
Las palabras de Lucifer pesaron sobre mí como una carga, pero mi mente no podía procesar todo a la vez. Cada revelación se sentía más absurda que la anterior, pero había algo en la forma en que Lucifer hablaba, me decía que todo esto era real.
—No sé qué decir… Es mucha información en tan poco tiempo —. Respondí, la incredulidad y la confusión cruzándose en mi rostro—. ¿Y qué hay de Gabriel? ¿Es alguien en quien se pueda confiar? ¿No te enfrentaste a él antes?
Lucifer me miró fijamente, sus ojos brillando con una intensidad perturbadora.
—Gabriel… es complicado. Es un ser complejo. Aunque en su momento fue uno de los más leales a Dios, su perspectiva cambió cuando descubrió la verdad detrás de todo. Él es un aliado, pero no sin sus propios intereses. Su lealtad está dividida, y no te equivoques, se ha enfrentado a mí antes. Pero esta vez, sus motivos son claros. No está en el lado de Dios, pero tampoco es un aliado fácil.
Su voz se tornó sombría, como si el recuerdo de sus enfrentamientos con Gabriel fuera algo que aún lo marcara.
—Con Gabriel, hay que tener cuidado. Es un arcángel, y su poder es mucho mayor de lo que cualquier humano podría imaginar. A veces, sus decisiones son impredecibles. Pero por ahora, es quien nos ayuda… aunque no sin una razón.
Lucifer hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran en mi mente, y luego continuó con una sonrisa que mezclaba confianza y desafío.
—Por eso debes lograr que Gabriel te haga su campeón. Con mi poder y el de él, podrás enfrentarte a Dios.
Mi incredulidad era palpable. La idea de manejar tanto poder parecía tan imposible como todo lo demás que había oído esa noche.
—¿Tu poder y el del arcángel Gabriel? ¿Cómo se supone que yo sea capaz de manejar algo así? —. Pregunté, incapaz de ocultar mi duda.
—Serás el campeón de ambos—. La seguridad en su voz era casi perturbadora, como si él supiera algo que yo no. —Además, hay algo más que descubrirás cuando conozcas a Gabriel.
Sentí un nudo en el estómago. ¿Algo más? Cada vez que parecía haber llegado al límite de lo incomprensible, Lucifer añadía otra capa de misterio.
—Pero antes de que seas mi campeón, debes pasar una prueba.
Eso me sacó de mis pensamientos.
—¿Una prueba? ¿A qué te refieres? ¿Qué tengo que hacer? —. Mi voz traicionaba mi mezcla de curiosidad y miedo.
Lucifer dejó escapar una risa suave, pero llena de un matiz oscuro.
—Algo simple. Solo tendrás que sobrevivir—. Su tono hacía que la palabra "simple" sonara como una burla. —Como estás en este espacio de oscuridad, no te has dado cuenta… pero el mundo ha entrado en un caos aún mayor que antes, gracias a las palabras de Dios.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Su declaración parecía demasiado ominosa.
—¿Qué clase de caos? —. Pregunté, aunque no estaba seguro de querer la respuesta.
—El tipo de caos que destruye a los débiles y eleva a los fuertes. Tu prueba no está aquí conmigo, Orión. Está allá afuera, en el mundo. Desde el momento en que regreses, tu supervivencia será el único juicio que importe.
Sus palabras resonaban con un peso que parecía aplastarme. Traté de entender lo que me estaba pidiendo, pero todo parecía demasiado abrumador.
—¿Qué tipo de prueba es? ¿Cuánto dura? ¿Cómo se supone que sobreviva? —. Pregunté, tratando de no sonar tan desesperado como me sentía.
Lucifer esbozó una sonrisa que no inspiraba consuelo, solo inquietud.
—Te estaré esperando en Columba, junto con Gabriel. Deberás salir de Esperion por tu cuenta, con o sin aliados que puedas encontrar. Todo depende de ti. Es un viaje de dos días a pie desde Esperion hasta Columba, pero te daré una semana. Si no llegas en ese tiempo… —hizo una pausa, dejando que la amenaza implícita se asentara—, ya no te necesitaré.
Mi corazón latía con fuerza. Estaba claro que no tenía opción. Si quería respuestas, si quería sobrevivir, debía cumplir con su prueba.
—¿No recibiré ninguna ayuda? —pregunté, mi voz, un susurro.
Lucifer rio suavemente, pero la frialdad en su tono hizo que un escalofrío recorriera mi cuerpo.
—La única ayuda que recibirás es esto—. Extendió una mano hacia mí, aunque no sentí contacto alguno. —Una espada y una máscara. Úsalas sabiamente.
De repente, la oscuridad a mi alrededor comenzó a disiparse, como si una luz invisible la estuviera empujando. Volví a estar en mi habitación, jadeando como si hubiera corrido kilómetros. Sobre mi cama, dos objetos captaron mi atención de inmediato: una espada y una máscara.
La espada parecía estar hecha de sombras mismas, con un filo que brillaba débilmente como si respirara con vida propia. La máscara, en cambio, era un enigma. Su diseño era oscuro y retorcido, con una sensación de misterio que parecía esconder más de lo que mostraba.
De pronto, escuché la voz de Lucifer, resonando en mi mente, como si no hubiera desaparecido del todo.
"Suerte, Orión. Usa la máscara cuando pelees, y descubrirás algo más."
Me quedé mirando los objetos, tratando de procesar lo que acababa de suceder. La espada parecía pesar más de lo que debería, como si no solo estuviera hecha de materia, sino de algo intangible. Y la máscara… algo en ella me llamaba, casi como si estuviera viva.