Luego de que Finan me hablara de la caravana, me puse nuevamente la máscara y comencé a seguirlo. El camino no estaba libre de peligros, aunque no era nada que no pudiera manejar. Sin embargo, el hecho de preocuparme por Finan lo complicaba todo y me retrasaba.
En un punto, otro vándalo apareció de repente, pero logré derribarlo con facilidad. Cuando todo estuvo en calma, me volví hacia Finan, que estaba temblando detrás de mí.
—Vamos, Finan. No puedo estar protegiéndote todo el tiempo. Agarra el arma del vándalo.
Finan me miró con ojos asustados, pero obedeció. Se agachó y recogió el arma improvisada que el vándalo había dejado caer. Al verla en sus manos, sus dedos temblaron y sus ojos se abrieron como platos, como si el peso del arma fuera algo más que físico.
—Nunca… nunca he usado una espada. No sé cómo defenderme.
Suspiré, cruzando los brazos mientras lo observaba.
—Yo tampoco había peleado con una espada antes de hoy, Finan. Pero si quieres sobrevivir, si quieres protegerte a ti mismo o a alguien más, necesitas hacerte fuerte.
Finan bajó la mirada, apretando los labios. La espada parecía un objeto extraño y ajeno en sus manos, pero finalmente asintió lentamente.
—No quiero morir —. Murmuró, más para sí mismo que para mí.
—Entonces aprende rápido —. Respondí con dureza. —En este mundo, o te defiendes o terminas siendo una víctima más. No hay otra opción.
Después de unos segundos, Finan alzó la vista hacia mí con una expresión de determinación que no había visto antes.
—Haré lo que pueda —. Dijo, aunque su voz seguía siendo temblorosa.
Asentí y comencé a caminar de nuevo.
—Eso es todo lo que se necesita ahora, Finan. Avancemos.
Mientras seguíamos, aunque el camino seguía siendo peligroso, noté que Finan comenzaba a moverse con más confianza. Todavía estaba lejos de ser útil en una pelea, pero al menos ya no era un peso muerto.
El tiempo pasaba lentamente, pero cada paso nos acercaba más a la caravana.
—Dijiste que la señorita Elena tenía una caravana. ¿Quién es ella? —. Pregunté, manteniendo el ritmo mientras vigilaba los alrededores.
—Sí, la señorita Elena. Es la hija mayor del Lord de Columba —. Respondió Finan con un deje de respeto y nerviosismo en su tono.
Me detuve un momento, observándolo con curiosidad.
—Guau, sí que es alguien importante—. Le lancé una mirada inquisitiva. —¿Cómo es que conoces a alguien así?
Finan tragó saliva, y por un momento pareció dudar. Luego suspiró profundamente, como si acabara de decidirse a revelar algo importante.
—Soy… el hijo del Lord de Esperion —. Dijo en voz baja, evitando mi mirada. —La conocí cuando vino en representación de su padre para hablar de unos negocios con el mío.
Mis pasos se detuvieron en seco. Al escuchar que era hijo del Lord de Esperion, una oleada de recuerdos me golpeó como una tormenta: todo lo que había sufrido, el caos, la destrucción… y cómo aquel hombre, el supuesto líder, nunca hizo nada para detenerlo. Pero miré a Finan, y su expresión no era la de alguien arrogante o indiferente. Tampoco podía culparlo por lo que hizo o dejó de hacer su padre.
—Espera, ¿qué? ¿Eres hijo de un Lord? —. Lo miré de arriba abajo, incrédulo. —¿Un noble escondido en este desastre?
Él asintió lentamente, con una expresión que mezclaba vergüenza y resignación.
—Mi familia fue atacada cuando el caos empezó. Todos murieron… Yo pude salir gracias a que mi madre me protegió —. Su voz se quebró un poco al decir esto, y noté cómo apretaba los puños, tratando de mantener la compostura.
Lo observé en silencio por unos segundos, procesando lo que acababa de decir.
—Así que… perdiste todo también —. Dije, finalmente, bajando un poco la guardia.
—Sí —. Murmuró Finan, con la mirada fija en el suelo. —Por eso sé lo que es sentirse solo. Por eso no quiero quedarme solo otra vez.
Sentí un pequeño nudo en el pecho. Quizás no éramos tan diferentes después de todo.
—Está bien, Finan. No voy a dejarte atrás. Pero si quieres quedarte conmigo, tendrás que ser fuerte. No podemos permitirnos el lujo de ser débiles aquí afuera.
Él levantó la mirada, un brillo de determinación comenzando a formarse en sus ojos.
—Lo entiendo. Haré lo que sea necesario para sobrevivir.
—Bien—. Le di una palmadita en el hombro. —Ahora, dime más sobre esa caravana de la señorita Elena. Si es nuestra mejor oportunidad para salir de aquí, necesitamos un plan.
Seguimos corriendo, con cada paso, acercándonos más al lugar donde Finan decía que la caravana podría estar. La adrenalina aún corría por mis venas, y cada rincón oscuro o sombra en movimiento me mantenía alerta.
—La señorita Elena se fue de la mansión un rato antes de que todo empezara —. Dijo Finan mientras trataba de no quedarse atrás. — Ella se fue junto a sus guardias. Por lo cual, si fueron atacados, deben estar reagrupándose y podrían salir en cualquier momento.
—¿Y cómo estás tan seguro de que estarán todavía aquí? —. Pregunté, escaneando las calles con la mirada, buscando cualquier signo de peligro o movimiento.
—Porque la ruta más segura hacia Columba pasa por aquí —. Respondió sin dudar. —Y, aunque no lo parezca, sus guardias son muy capaces. Si hay alguien que podría protegerla en este caos, son ellos.
Asentí, aunque algo escéptico. "Guardias muy capaces" no significaba nada cuando el mundo entero parecía haberse vuelto loco. Pero era nuestra mejor pista, y no podíamos desperdiciarla.
Finalmente, llegamos a un área más abierta, cerca de lo que parecía ser una calle principal. Allí, el silencio era abrumador. No se escuchaban gritos, ni pasos, ni siquiera el ruido del viento entre las ruinas.
—Esto no me gusta —. Murmuré, ajustando mi máscara y empuñando con más firmeza mi espada.
Finan me miró con nerviosismo, pero antes de que pudiera responder, un leve ruido llamó nuestra atención. Provenía de una esquina a unos metros de nosotros, detrás de una serie de carros volcados y restos de lo que alguna vez fue un mercado.
Nos acercamos con cautela, y entonces lo vi: un grupo de personas, al menos unos veinte, con armaduras ligeras y armas en mano. Sus miradas eran alertas, y algunos estaban revisando el equipo mientras otros vigilaban los alrededores. En el centro, una joven de cabello castaño claro, vestida con ropas elegantes, pero prácticas, parecía estar dando órdenes.
—Esa es ella —. Susurró Finan, señalándola con la mirada. —Es la señorita Elena.
No era difícil de distinguir. Su porte era diferente, confiado, pero no arrogante. No parecía alguien mayor que yo; calculé que tendría unos diecinueve o veinte años. A pesar de su juventud, se notaba que estaba acostumbrada a liderar. Su postura firme y la forma en que los guardias la miraban dejaban claro que era el centro de ese grupo, su guía en medio del caos.
Antes de que pudiéramos acercarnos más, uno de los guardias nos vio y alzó su arma.
—¡Alto! ¿Quiénes son y qué quieren? —. Gritó, apuntándonos con la espada.
Me detuve en seco, levantando las manos lentamente para mostrar que no tenía intenciones hostiles.
—¡Soy Finan, hijo del Lord de Esperion! —. Gritó él, dando un paso al frente. —Necesitamos ayuda.
La mención de su nombre causó un revuelo inmediato entre los guardias. Varios de ellos intercambiaron miradas, y uno se acercó rápidamente hacia Elena, susurrándole algo al oído.
Ella alzó la vista, observándonos con interés antes de dar un paso al frente.
—Finan, el hijo del Lord de Esperion, ¿eh? —. Dijo Elena, su tono calmado, pero con un toque de escepticismo mientras me estudiaba con la mirada. —¿Y quién es tu acompañante? Parece un poco sospechoso con esa máscara.
—Él es Orión. Me salvó cuando estaba a punto de morir —. Respondió Finan rápidamente, dando un paso hacia adelante para defenderme.
Sin dudarlo, me quité la máscara, revelando mi rostro para intentar disipar cualquier desconfianza.
—Como dijo Finan, soy Orión —. Respondí, manteniendo mi tono neutral pero directo. —Estamos aquí para ayudar, y porque quiero ir a Columba. Un amigo me espera allí.
Elena me observó detenidamente, evaluándome con una mirada que parecía atravesarme. Sus guardias, aun en alerta, mantuvieron sus manos en las armas, pero no hicieron ningún movimiento hostil.
—Es curioso que alguien decida "ayudar" en tiempos como este —. Comentó, su tono cargado de una mezcla de duda y curiosidad. —Pero no estamos en condiciones de rechazar ayuda, siempre y cuando no seas un problema.
—No lo seré —. Respondí rápidamente, sin vacilar. —Lo que sea necesario para salir de aquí con vida.
Elena asintió levemente, aunque la cautela no desapareció de sus ojos. Luego, giró hacia sus guardias y dio una orden con firmeza.
—Déjenles pasar. Mantendré un ojo en ellos.
—Gracias. ¿En qué podemos ayudarles? —. Pregunté, queriendo demostrar que no éramos un peso muerto.
Elena me miró por un momento antes de responder.
—Podrían ayudar a levantar algunos carros, los que aún sean útiles.
Finan y yo asentimos al unísono y nos pusimos manos a la obra. Durante unos treinta minutos, trabajamos junto a los guardias y otros miembros de la caravana, enderezando ruedas, reparando ejes rotos y asegurando los suministros. Aunque el ambiente era tenso, se sentía un breve alivio al ver que el grupo se organizaba y el viaje finalmente podía continuar.
Cuando todo estuvo listo, emprendimos la marcha. Durante las primeras horas, el avance fue relativamente fluido, aunque con constantes ataques de pequeños grupos de vándalos. Los guardias de Elena respondían con eficacia, manteniendo a raya las amenazas antes de que se volvieran un verdadero problema.
Sin embargo, a mitad del camino, la situación cambió drásticamente. Un grupo mucho más numeroso nos emboscó en un estrecho paso entre las colinas. Flechas volaron desde ambos lados, mientras los vándalos surgían de la maleza como una ola imparable.
Los guardias de Elena formaron un muro defensivo alrededor de los carros, luchando con todas sus fuerzas. Pero era evidente que estaban siendo sobrepasados.
—¡No vamos a aguantar mucho más! —gritó uno de los guardias mientras bloqueaba un golpe con su escudo.
Elena permanecía firme, dando órdenes, pero incluso ella parecía dudar.
Finan, temblando detrás de uno de los carros, me miró con desesperación.
—¡Orión! ¡Haz algo! —. Gritó, su voz cargada de miedo.
Me coloqué la máscara, sintiendo cómo los ojos brillaban intensamente al activarse. La energía recorría mi cuerpo como un torrente.
—Quédate detrás, Finan —. Le ordené mientras desenfundaba mi espada y avanzaba hacia los atacantes.
Me lancé al combate, siguiendo los caminos que la máscara trazaba frente a mí. Cada golpe, cada movimiento, era preciso y letal. Los vándalos no esperaban esa respuesta, y la sorpresa jugó a nuestro favor.
Los gritos de los enemigos comenzaron a menguar, y la línea defensiva se estabilizó. Pero no podía permitirme bajar la guardia; sabía que un solo error podía ser fatal.
Ya todo estaba más controlado, pero aún quedaban enemigos que se resistían. Eran fuertes, mejor organizados que los vándalos anteriores, y los guardias de Elena no podían repelerlos por completo. El número de defensores había disminuido drásticamente; no quedaban más de diez en pie.
Vi que, si no tomábamos acción rápidamente, estaríamos perdidos. Inspirado por la urgencia de la situación, di un paso al frente y alce la voz para hacerme escuchar.
—¡Ustedes siete, quédense defendiendo los carros! ¡Los demás, conmigo! ¡Nos encargaremos de los que quedan!
Los guardias restantes asintieron, y los más capaces comenzaron a reagruparse a mi alrededor. Pero aún era evidente que necesitaríamos más manos para sobrevivir.
—¡Todo aquel que pueda luchar, recoja un arma del suelo y pelee por sus vidas! —añadí, mi voz resonando entre el caos.
Por un momento, hubo silencio, solo interrumpido por el ruido del combate y los gritos de dolor. Pero poco a poco, algunas personas comenzaron a moverse. Un hombre robusto que parecía ser un granjero recogió una lanza rota; una mujer joven levantó una espada ensangrentada que había pertenecido a uno de los vándalos. Incluso Finan, aunque temblando, empuñó la espada que había recogido antes.
—¡No tenemos opción de retroceder! ¡Si no peleamos ahora, no habrá un mañana! —grité, mientras ajustaba mi máscara y levantaba mi espada.
El grupo improvisado, aunque inexperto, comenzó a organizarse alrededor de mí.
—¡Atacaremos por los flancos! ¡Los más fuertes vayan al frente conmigo, los demás cubran la retaguardia! —ordené, dirigiéndolos hacia la formación que tenía en mente.
Con una carga repentina, sorprendimos a los atacantes. Los que estaban en los flancos fueron los primeros en caer. Empuñando mi espada, me lancé hacia los enemigos más cercanos. La máscara trazó caminos ante mis ojos, y los seguí con precisión letal. Cada golpe era certero, cada movimiento dejaba a un enemigo en el suelo.
—¡Sigan avanzando! ¡No se detengan! —grité, asegurándome de mantener el impulso del ataque.
Elena, que estaba peleando cerca de mí, asintió con una sonrisa fugaz. Aunque yo había tomado el liderazgo, ella no parecía molesta; al contrario, parecía reconocer que mis órdenes estaban funcionando.
El combate continuó, y poco a poco logramos reducir el número de enemigos. Pero la batalla no había terminado aún, y el agotamiento comenzaba a afectarles a todos.