El sonido de la flauta resonó en la noche.
La figura caminó lentamente hacia Tang Hao. La iluminación de las farolas mostraba que era alguien con arrugas, delgado y oscuro. Su rostro era esquelético, y el tocado que llevaba era alto y exótico.
Sostenía una flauta en sus manos, en la que tocaba una melodía escalofriante.
Serpientes se enrollaban alrededor de su cuello y cintura. Había muchas más serpientes siguiéndole.
Lo más sorprendente era que las serpientes no se deslizaron por el suelo, sino que flotaban en el aire. Parecían cobras, pero con alas. Algunas eran negras y otras estaban llenas de colores vivos.
Cada serpiente tenía el grosor de la muñeca de un hombre.
Tang Hao se sorprendió cuando lo vio.
—¿Serpientes voladoras?
—¿Un asesino de Hindustán?
Estaba confundido.
Sin embargo, a su alrededor, los asesinos sobrevivientes asomaron la cabeza desde detrás de sus coberturas y exclamaron sorprendidos.