—¡Aquí, Hermano Hao! ¡Estos son todos para ti!
Cao Fei y los demás salieron durante la clase y trajeron un montón de cartas de amor.
Las tiraron sobre la mesa, formando una pequeña colina.
Tang Hao abrió la boca, pero se quedó sin palabras.
Cao Fei y los demás estaban impasibles. Suspiraron tristemente después de volver a sus asientos.
—Tantas chicas ahí afuera, ¿pero por qué nadie está interesado en mí?
—Creo que es porque estamos demasiado cerca del Hermano Hao. ¡Su brillantez eclipsa a todos nosotros!
—¡Tiene sentido!
La gente discutía en secreto. De vez en cuando, se giraban para lanzar miradas furtivas a Tang Hao.
Tang Hao les puso los ojos en blanco.
Agarró algunas cartas de amor y las leyó, sintiendo que le empezaba a doler la cabeza.
«¿Debería tirarlas?
Eso no es muy apropiado. Mejor las guardo como la última vez».
Con ese pensamiento en mente, Tang Hao abrió su mochila y metió las cartas de amor dentro.