—Pequeño amigo, ¿me seguiste? —Isaac le preguntó mientras tocaba las suaves plumas de la lechuza.
La lechuza negó con la cabeza.
—¿Por qué? —preguntó con curiosidad.
La lechuza se congeló y no respondió.
Isaac agarró a la lechuza por los costados y la llevó al marco de la ventana.
Las dos garras de la lechuza tocaron el marco de la ventana, haciendo dos marcas en la nieve que se había acumulado en la parte inferior del marco.
Isaac apoyó la barbilla en su palma y miró en silencio a la lechuza que le parecía muy misteriosa.
De repente, la lechuza movió la cabeza, estirándose en un ángulo muy incómodo, al menos según Isaac.
La lechuza miró la oscura noche y de repente comenzó a batir sus alas antes de saltar por la ventana y empezar a volar.
Isaac no pudo escuchar el sonido de las alas batiendo y vio cómo la lechuza ya había desaparecido en la distancia.
«Definitivamente fue la conversación más extraña que he tenido…» Isaac cerró la ventana con esos pensamientos.