Henolur [2]

—Guau.

Parado en la cima de una colina, mi boca se abrió de asombro. El paisaje que solo había visto en películas y pinturas se presentaba ahora ante mí. Era mucho más fascinante de lo que había imaginado. Apenas podía apartar mis ojos de la vista. La cordillera revelaba la naturaleza más clara que en cualquier otro lugar que había visto antes. El ligero frío en el aire era suficiente para darme un suave escalofrío, pero no lo suficiente como para sentir la necesidad de cubrirme. Mirando a la distancia, la suave brisa que bajaba de las montañas hacía cosquillas a los árboles, haciendo que sus hojas temblaran y se balancearan como si estuvieran riendo.

—¿Es ahí a donde se supone que debemos ir? —Leopoldo preguntó mientras señalaba la cordillera a lo lejos.

—Es de hecho el lugar —dando un pequeño asentimiento, respondí—. Eso de allá es Henolur, la capital enana, y nuestro destino.