Enorme. Masivo. Colosal. Descomunal. Gigantesco.
Era difícil expresar con palabras lo que sentía, y esas palabras apenas aclaraban o demostraban lo que Wei Wuyin estaba presenciando actualmente y los pensamientos que resonaban en su mente.
Un ojo. Era un ojo. Un mar dorado era su esclerótica, tan expansiva como un mundo entero. Y situado en ese mundo había un iris con líneas que denotaban un nivel de intensidad que podía sacudir el corazón, hacer retumbar la mente y aterrorizar el alma. Aquellas líneas conducían a una pupila afilada, negra como la noche más oscura que conducía a lo que parecía ser el purgatorio.
Intenso.
¡Shoo!
La gigantesca pupila y el iris de este ojo se movieron. Wei Wuyin retrocedió instintivamente. No sentía miedo. En su vida, el miedo era enfrentarse a lo desconocido, no a lo conocido. Este ojo pertenecía a una existencia viva que era más grande que su creencia concebible actual, pero apenas eso. Solo interés entró en su corazón, nada más.