Dyon hervía de rabia, pero también entendía que en el fondo, ninguna cantidad de ira cambiaría lo que había sucedido. El mundo marcial seguía empujando sus límites una y otra vez, desgastando su determinación y encendiendo su furia.
«No dejaré que te aproveches de mí».
Los ojos de Dyon destellaron con oro mientras el alma en su mano se envolvía en una red esférica. Pero, antes de que el alma de la Matriarca Niveus pudiera suspirar aliviada, densas llamas negras comenzaron a danzar en su interior, desgarrando aún más su alma. Ardían y parpadeaban con una oscuridad amenazante, devorando por completo cualquier luz que pareciera querer acercarse.
Aún peor… La red de Dyon impedía que su alma se disipara…
De repente, el temblor de la Tierra dividió nuevamente el estadio causando que las gradas se derrumbaran mientras los gritos de sorpresa de los inocentes resonaban una vez más.