Dyon yacía en su gran cama con los ojos cerrados, una sonrisa de satisfacción en su rostro. ¿Cómo no podría estar feliz? Ri yacía sobre su pecho jadeando, mientras Clara y Madeleine ofrecían un puñado de suaves curvas para cada una de sus manos. Incluso una de estas bellezas permitiría a un hombre morir con una vida plena, y sin embargo, él tenía la suerte de tener tres de ellas.
La verdad sea dicha, Clara nunca habría estado tan ansiosa por unirse a esta orgía imperial tan rápidamente, pero Dyon, en su típico modo pervertido, había traído a Ri y Madeleine a la habitación mientras ella dormía. Antes de que siquiera se diera cuenta, sus manos recorrían todo su cuerpo y su mente se había quedado en blanco con las interminables olas de placer.
—Hmph. —Clara resopló, tratando de girarse. Pero, el dolor entre sus muslos provocó que un medio gemido, medio grito de dolor escapara de sus labios.