¡Tú no eres hijo mío!

Lambert estaba en su habitación mientras leía una carta del Obispo de Innsbruck sobre su solicitud de intervención de la Inquisición, la cual el Vaticano había aceptado. En dos semanas, la Inquisición llegaría y lo ayudaría a asestarle un golpe devastador a su maldito hermano mayor.

Una sonrisa malvada apareció en el rostro del joven mientras leía la carta. Finalmente había obtenido la victoria que deseaba, o al menos eso pensaba. Justo cuando estaba a punto de prender fuego con una vela a las pruebas que sostenía en sus manos, la puerta de su dormitorio se abrió de golpe, y los guardias del castillo apuntaron sus mosquetes hacia donde él se encontraba, con las bayonetas afiladas.

Inmediatamente Lambert reaccionó intentando terminar la tarea de destruir la prueba; no tenía idea de por qué habían irrumpido en su habitación, pero claramente estaba en serios problemas y no podía permitirse que existiera información tan condenatoria.